La odisea de los giles

Crítica de María Fernanda Mugica - La Nación

Desde su título, La odisea de los giles expone su argentinidad. El concepto de gil, según la RAE "dicho de una persona incauta", es difícil de traducir a otro idioma y mucho de lo que sucede en la Argentina resulta igual de complicado de entender para alguien que proviene de otra cultura. Por ejemplo, la crisis de 2001 y el corralito, escenario sobre el que se desarrolla la nueva película de Sebastián Borensztein.

Lo curioso del caso es que el género en el que se enmarca La odisea de los giles es puro Hollywood: el film de atraco ( heist movie). La combinación de personajes y un ambiente locales, cuidado hasta el más mínimo detalle, con las reglas y el nivel de producción de este tipo de cine resulta exitosa. También funciona el casting de caras conocidas, como si se tratara de una versión argentina de La gran estafa, con Ricardo Darín y Luis Brandoni como líderes de la banda. Pero acá no hay glamour ni un placer por el arte de robar. Solo se trata de un grupo de personas comunes que reaccionan vengándose de quienes les hicieron perder todo, no solo la plata, sino también sus sueños de un futuro mejor.

Los mecanismos del guion escrito por Borensztein junto con Eduardo Sacheri, autor de la novela en la que está basada la película, La noche de la usina, funcionan muy bien, logran una trama entretenida, salpicada por una reflexión de ciertos comportamientos humanos y cuentan con algunos personajes con los que es imposible no empatizar. Esto sucede en especial con el núcleo afectivo de la historia, formado por la pareja Darín- Verónica Llinás y su hijo, interpretado por Chino Darín.

El retrato del matrimonio encarnado por Darín y Llinás, ambos perfectos en sus interpretaciones, es uno de los aspectos más encantadores de la película, por su tinte romántico-realista. Parece extraño subrayar algo así a esta altura, pero es un acierto que una estrella masculina tenga como pareja en la ficción a una actriz de una edad cercana a la suya, además de un talento y carisma a la par. Eso permite construir en la pantalla una relación que se parece a muchas en la vida real: una pareja establecida en un amor profundo y cotidiano, que sostiene a ambos y sirve de inspiración, aun en el más intenso dolor.

No todos los personajes tienen el mismo desarrollo, aunque una actriz como Rita Cortese logra con su interpretación hacer de su parte todo un universo. Algunos solo funcionan como piezas de la trama o catalizadores de chistes. Es en el humor en donde la película no fluye como en otros aspectos. Hay escenas que son realmente graciosas, pero son aquellas en las que el humor se desprende de lo que pasa y no de lo que se dice. Los diálogos que son explícitamente armados para hacer reír son un tanto subrayados y con una pátina anticuada. Una escena posterior a los créditos que solo tiene la función de rematar un chiste termina haciendo una fuerte interferencia con un final satisfactorio.