La odisea de los giles

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Perdido por perdido

Una vez finalizada la proyección, y en cuestión de un acercamiento analítico del texto fílmico, ´ésta producción plantea varios posibles caminos.

Por un lado, tomando el relato en sí mismo, entonces tendríamos una entretenida película, no mucho más que eso, que a partir de una historia real, cercana en el tiempo, se encarna en la piel y el cuerpo de los espectadores clase media bien intencionados.

Por otro lado, podría empezar a pensarse en el valor agregado del que nos hace participe el director desde el titulo hasta el desarrollo del filme. La intencionalidad sería evidente.

Basada en la novela “La noche de la Usina ” escrita por Eduardo Sacheri, quien es, junto al director, el co-guionista del filme, surge entonces la pregunta, se instala como interrogante la razón que dio lugar al cambio en el título.

Es desde aquí que cobra importancia el director, como responsable primero y último de la producción.

Por supuesto que a lo largo de ir pensando el filme, ambas, entre muchas otras posibilidades de lecturas, se entrelazan, no van exactamente en paralelo, esto mismo es lo que le otorga una valía agregada a la cinta.

Todo transcurre en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, diciembre de 2001. Un grupo de amigos y vecinos pierde el dinero que había logrado reunir para reflotar una vieja acopiadora de granos, casi un símbolo del alma del pueblo, cuando funcionaba.

Al poco tiempo descubren que sus ahorros se perdieron por una estafa realizada por un abogado cercano al poder de turno y el gerente de banco, quienes contaban con información de lo que se iba a desencadenar en el país.

Al enterarse de lo sucedido, éste grupo de vecinos decide organizarse y armar un minucioso plan con el objetivo de recuperar lo que les pertenece.

Que los elementos puesto en juego tengan que ver con iconografía de los últimos veinte años, bóvedas, usinas eléctricas, feriados bancarios, corralitos, no de bebes, todo esto también se aplica sobre el imaginario colectivo.

Y como estamos hablando de cine, de industria, pero también de cierto discurso instalado, debe decirse que nada de lo que está en pantalla es casual, tampoco inocuo.

El filme abre con la música de Johann Straus “El Danubio azul”, casi homenajeando ese clásico genial de Stanley Kubrick que es “2001, odisea del espacio” (1968), podría haber sido “Así hablo Zaratustra” de Richard Strauss, dando el mismo efecto, lo cual lograría pensarse como una intertextualidad.

La odisea entonces se pone en juego, no es espacial, bien terrenal

Que no se retome esta variable conseguiría pensarse como presentación misma de la idea a desarrollar.

Otro filme, más cercano en el tiempo, con el cual tiene puntos de contacto, es “Robo en las alturas” (2011), de Brett Rattner, en el que un grupo de empleados pergeñan recuperar lo que es suyo habiendo sido sustraído por el magnate de turno.

En el caso que nos convoca, bajo tierra.

Hay otras películas que podrían estar en la lista, pero como muestra….

Si bien todo esto está en el filme, no es menos importantes la idea de sustentar todo a partir de la selección de actores que encarnan los personajes, como si los mismos hubiesen sido escritos y desarrollados a partir de quienes los interpretarían y no elegirlos una vez escrito para jugarlos. Así de coherente es todo.

Lo que, desde una mirada ingenua, no se puede esperar de ésta producción otra cosa que lo que propone, no intenta ser una obra maestra, es honesta consigo misma.

Desde su estructura narrativa, clásica por donde se la mira, el guión de buena factura y buenos diálogos, algunos chispeantes, otros obvios, todos fructifican sobre el cuento.

También el montaje, la presentación y desarrollo lineal del relato y de los personajes principales, recordemos que es un texto coral, son todos queribles.

Previsible desde sus inicios, con algunas escenas muy por encima de la media que instala, sobre todo por las protagonizadas por las actrices, quienes le dan una calidez diferente a esta comedia dramática. El final, dentro de los créditos, es un guiño para la tribuna. No le quita meritos pero agrega nada, sólo la sonrisa cómplice de a quién va dirigido el filme.

Hasta se le puede perdonar ese y otros deslices menores.

El titulo mismo propone una manipulación interesante, quien puede decir que no quiere que alguna vez los giles tengamos justicia.

Como dice el poeta español Patxi Andion:

…“No se olviden que el dolor

lo callan quienes lo hicieron”….

(*) Realización de Alberto Lecchi, en 1993