La novia del desierto

Crítica de Luly Calbosa - Loco x el Cine

La Novia del Desierto es la ópera prima de las directoras Cecilia Atán y Valeria Pivato. Nació con la misión de atravesar fronteras y lo logró: Ganó el 1er y 2do premio en el Festival Cine-construcción de Toulouse, pasó por Cannes y ahora compite en el festival de San Sebastián. La génesis del largometraje fue la frase “Sólo atravesando el desierto podemos encontrarnos”; con esa premisa, desembarcó el pasado jueves en la cartelera porteña esta obra magistral que busca desde el género road movie dejar un mensaje esperanzador e interpelar al espectador a partir de la repregunta universal: de dónde venimos y hacia dónde vamos. A grandes rasgos, la trama gira en torno a empoderar la vida de una mujer de más de 50 años que debe salir de su zona de confort ¿Podrá adaptarse a los nuevos desafíos que le impone el destino?

El guión narrativamente gira sobre la vida de Teresa (Paulina García), una empleada doméstica de 50 años, chilena, que dedicó sus últimos treinta años al cuidado de una familia que hoy atraviesa paulatinamente el síndrome del nido vacío cuando Rodrigo (Martín Slipak) se muda con la novia. Un buen día la causalidad del destino le propone un viaje a lo desconocido cuando se rompe el micro que tomaba todas las mañanas para ir hacia su rutinario trabajo y debe pasar la noche en un lugar inhóspito hasta poder tomar el próximo. Entretanto, pasa la noche en el santuario La Difunta Correa en San Juan y pierde su bolso en el centro comercial ambulante donde se probó ropa mientras esperaba que pase el rato. Allí conoce a un vendedor ambulante, El Gringo (Claudio Rissi), que la ayudará a buscarlo y recuperar sus documentos. Este personaje, encauza literalmente la road movie, permitiendo impregnar la trama de elementos simbólicos y metáforas ancladas semióticamente al espacio-tiempo del desierto y desafiar la soledad de Paulina desde un estilo de vida nómade anclado a la camioneta que convirtió en casa y negocio. En este sentido, ambos se aferran a lo material para no salir de su zona de confort. Sin embargo, encuentran en sus caracteres disímiles y culturas la fórmula para chocar de seco con la realidad; el amor; la duda y fundamentalmente el deseo de develar si la vida que llevaron hasta ese momento tiene que ver con ellos mismos, o no, y hacia dónde quieren ir. La química de la dupla es el pilar de esta historia que avanza sin mayores pretensiones que el cruce de dos soledades que se (re)descubren en medio del desierto sanjuanino y el deseo de cambiar las coordenadas que marcan el pulso de sus pasiones humanas, universales. Su proceso proyecta la magia espiritual en el espectador.

Párrafo aparte para el elenco magistral integrado por un atípico Rissi empapado de amor que le da vida al personaje de El Gringo y, a su vez, encuentra en él una nueva faceta que enaltece aún más su enorme capacidad profesional para trasmitir emociones desde su carisma gracias a esos chistes y alegría que no sólo movilizan a Teresa sino también al público. En esta sintonía Paulina García brilla con todo su esplendor nato; aplicando la misma disciplina de su protagónico en Gloria (2013) que la llevó a ganar el premio a mejor actriz en Berlín. A ellos se suma la participación especial de Martin Slipak, que con pocas apariciones logra de manera excepcional encarnar al hijo que adoptó como propio Teresa y le cuesta desapegarse. En efecto, tal como expresaron las directoras Atán y Pivato, la artística, locaciones y cameos operan como si fuesen un personaje más de la historia. El ritmo intenso del rodaje fue un mes…. Un mes donde el film permite ver el registro de actores que vibraron; viajaron; sintieron y crecieron las escenas. Denota la unión de talentos en pos de traspasar la pantalla.

La Novia del Desierto logra su objetivo: llega a lo más profundo del ser y es espejo de la vida. Su puesta expresa su leitmotiv; se prioriza la economía: aquí menos es más. La ópera prima, además cuenta con elementos simbólicos clave, acompañados por flashbacks y elipsis que desnudan el drama mientras, a su vez, las metáforas, el color y la textura dan vida al desierto. Está claro que se pensó en un espectador activo que agregue lo eludido hasta, inclusive, en la escena final cuando camino a los créditos la banda sonora toma el protagonismo y, cual frutilla del postre, engloba en una canción la respuesta al enigma que atraviesan paulatinamente los personajes. Esta retroalimentación positiva de energías transmite al público ganas de vivir al borde del abismo desde el primer minuto; y denota que el resultado final deviene del esfuerzo.