La novia del desierto

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Una travesía hacia la emoción

Todo cambia de repente para Teresa, la protagonista de esta película que, luego de un elogiado paso por la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, se aseguró el estreno en unos cuantos países del exterior (entre ellos, Francia, Estados Unidos, China y Brasil, territorios atípicos para el cine nacional). Debe dejar la casa en la que se desempeñó como empleada doméstica durante treinta años y mudarse muy pronto a San Juan, donde aparece una nueva posibilidad de trabajo. Ese contexto desconocido la intranquiliza, pero el azar jugará a su favor cuando se cruce casualmente con el Gringo, un solitario vendedor ambulante con el que vivirá un encuentro revelador.

El motor argumental de esta historia sencilla es convencional: el viaje que transforma en empatía la desconfianza inicial entre dos personajes. En ese plan, la química entre los protagonistas siempre es clave. Y funciona bien entre Paulina García y Claudio Rissi, dos profesionales con experiencia y buena gama de recursos. Menos eficaces son algunas decisiones de puesta en escena, tendientes a subrayar el peso de un entorno que el también chileno Sergio Armstrong, habitual colaborador de Pablo Larraín, hoy por hoy uno de los cineastas trasandinos de mayor proyección internacional, fotografía con un preciosismo al que el cine latinoamericano apela con frecuencia (se podría pensar en la exitosa Estación Central como paradigma) y que, lejos de erigirse como virtud, siempre termina debilitando.