La noche que mi madre mató a mi padre

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Comedia que desbarranca
Las situaciones son demasiado forzadas e infantiles como para hacer reír.

Si el arte de hacer reír siempre fue complicado, a esta altura del partido lograr una comedia de enredos que funcione parece misión imposible: ejemplos como Mujeres al borde de un ataque de nervios son cada vez más raros, casi como ejemplares de una raza en extinción. Conseguir que los personajes tengan comportamientos disparatados con gracia, siguiendo cierta lógica interna y sin caer en infantilismos es materia delicada. Una materia que no aprueba La noche que mi madre mató a mi padre.

Por sus características de vodevil y de las clásicas comedias de puertas que se abren y se cierran, este filme español bien podría tener una adaptación teatral. Casi toda la acción sucede en una noche, en un mismo lugar: la casa del matrimonio formado por una actriz (Belén Rueda) y su marido guionista (Eduard Fernández). El prepara una película junto a su habitual socia, que es su ex mujer (María Pujalte), directora y productora, y el elegido para protagonizarla es Diego Peretti, que hace de sí mismo (o de un personaje que es un actor famoso llamado Diego Peretti).

El argentino viaja especialmente a España para interiorizarse del proyecto; con el objetivo de convencerlo, y de que además sea coproductor, le preparan una cena en el hogar del matrimonio. Pero todo tomará otro rumbo cuando aparezcan en escena el ex marido de la actriz dueña de casa junto a su joven y pulposa nueva novia.

Si de entrada la cuestión empieza más o menos bien, con alguna divertida reflexión sobre las dificultades que afrontan las actrices mayores de 40 para conseguir trabajo, de a poco todo va desbarrancando. Las situaciones se vuelven demasiado forzadas, los chistes van perdiendo nivel y los actores terminan haciendo lo que pueden con un guión que no los invita al lucimiento, sino todo lo contrario.