La noche más oscura

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Polémica clasificada

No hay dudas de que a Kathryn Bigelow, quien ya merece ser conocida más por su CV que por su condición de “ex de James Cameron”, le gusta meterse en polémicas: lo hizo ya hace unos años con Vivir al límite, aquel filme sobre las andanzas de un comando estadounidense de desactivadores de bombas en terreno iraquí, criticado por muchos por ofrecer una visión condescendiente de la ocupación norteamericana en Medio Oriente y alabada por otros por su calidad cinematográfica y retrato humanizado de las tropas (el filme se alzó, entre otros, con el Oscar a mejor película).

En estos días la directora volvió a meterse en problemas tras el estreno de La noche más oscura, filme en el que recrea los largos años posteriores al 11-S en el que la CIA rastreó y aniquiló a Osama Bin Laden (por eso su título original es Zero dark thirty, en la jerga militar las 00.30, hora en que se realizó el operativo). Y lo hace a través del personaje de Maya (Jessica Chastain), basado en un supuesto agente real de la CIA, que se va obsesionando a medida que la búsqueda se torna una misión frustrante. La controversia se generó ante todo por las escenas de tortura que llevan a cabo los soldados norteamericanos, para algunos críticos demasiado explícitas y morbosas.

Y, en ese sentido, también exaltadoras de tales métodos poco ortodoxos, afrenta de la que Bigelow se defendió en una carta abierta en Los Angeles Times diciendo que “mostrar no es promover”. Pero los ataques más encendidos vinieron de aquellos que acusaron al filme de justificar sin más la tortura, argumentando que es por medio de la información obtenida gracias a ella que la protagonista logra dar alcance al líder de Al-Qaeda. La realizadora también se defendió de esas acusaciones en el diario angelino, diciendo que “la tortura fue, sin embargo y como todos sabemos, empleada en los primeros años de la búsqueda. Eso no significa que haya sido la clave para encontrar a Bin Laden. Significa que es una parte de la historia que no podíamos ignorar". Y concluyó: “Bin Laden no fue derrotado por superhéroes que cayeron del cielo, fue derrotado por los estadounidenses comunes y corrientes que lucharon con valentía, que dieron todo de sí para la victoria y la derrota, la vida y la muerte, para la defensa de esta nación”.

Bigelow, la primera mujer en ganar un Oscar a la mejor dirección, está exenta esta vez de la posibilidad de alzarse con tal galardón, pero su filme goza de cinco nominaciones, entre ellas a mejor película y actriz principal (Chastain se llevó ya un Globo de Oro por su performance), a pesar de una polémica que para bien o para mal lo sitúa, junto al también discutido Django sin cadenas de Quentin Tarantino, en el meollo de una disputa pública que seguirá dando que hablar. Por ahora, claro, lo importante es verlo.

La soledad del cazador
Si bien puntual en el hecho que narra (la captura y asesinato de Osama Bin Laden a manos de la CIA), el filme de Kathryn Bigelow es ambiguo en su naturaleza, una “ficción documental” que juega por un lado a ser una película de espionaje y por el otro una reconstrucción fiel de la operación militar estadounidense en terreno paquistaní. Si se quiere, una suerte de versión más jugada y actual de la pícara Argo.

Al igual que la también oscarizada cinta de Ben Affleck, La noche más oscura es bipartita, dividida en los extensos preliminares (casi dos horas) en los que la cada vez más obsesiva y alienada agente Maya (Jessica Chastain) se toma la misión de inteligencia como una cruzada personal, y la parte final, la de la caza de Bin Laden, que dura cerca de media hora y está narrada con un pulso notable, realista y espeluznante.

No hay dudas de que Bigelow es una directora sólida y que La noche más oscura es un apasionante thriller de género, la cuestión es cómo la realizadora elige abordar tres variantes del “horror”: la primera, los atentados a las Torres Gemelas, en una intro en la que sólo se escuchan verídicas voces en off con la pantalla en negro, contrapunto pedagógico innecesario y ligeramente sensacionalista frente al registro clínico que viene después; la segunda, las escenas de torturas para extraer información, llevadas a cabo por un agente canchero, comprensivo y razonable, benignas por demás teniendo en cuenta el “realismo” del filme; y tercero, la irrupción de las tropas norteamericanas en la guarida doméstica de Bin Laden en secuencias donde éstas disparan a mujeres en camisón sin piedad, frialdad que no se condice con la bondad de los soldados que tranquilizan con ánimo pacifista a los niños aterrados. Ahí el filme decae.

Es en la ficción, en el personaje desesperadamente inquieto, terco y deshecho que encarna Chastain, que La noche más oscura encuentra paradójicamente su verdad: la soledad angustiante de Maya es sintomática de un “otro” más imaginario que real, que en lo macro se traduce en esa dispersa muchedumbre tercermundista y en lo micro en ese cadáver del que ni siquiera se ve la cara: un cuerpo sin vida, nada más.

Es esa fijación ciega por un enemigo fantasma lo que le da a la película una dimensión más inquietante. En un pasaje, un agente le describe a Maya el aspecto de un sospechoso: “Tiene bastón”, le comenta. “¿Como Gandalf?”, le pregunta ella. La noche más oscura sugiere una subjetividad global replegada trágicamente sobre sí misma, incapaz de nombrar el horror o al otro.