La noche más oscura

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Insensible y oscura

Sean vampiros, surfers, policías, soldados o agentes de la CIA, los personajes de Kathryn Bigelow (1951, California, EEUU) parecen tener como fin primero y último en sus vidas la descarga de adrenalina, sin distinguir demasiado entre obligación y placer, deporte y trabajo, compulsión enfermiza y goce físico. Y la directora sabe expresar muy vívidamente esas sensaciones, con películas en las que el argumento importa menos que la excitación y el furor que contagia.
Cuando cae la oscuridad (1987), Testigo fatal (1989), Punto límite (1991) y Días extraños (1995) la mostraban con capacidad para ofrecer divertimentos discutibles por más de un motivo pero siempre enérgicos, con momentos brillantes. Con Vivir al límite (2008), donde echaba una mirada comprensiva sobre un grupo de soldados estadounidenses responsables de desarmar explosivos en Irak (y con la que ganó el Oscar), ya esos ingredientes se asimilaban a controvertidos hechos histórico-políticos, como si a su sed de peripecias la hubiera contaminado cierta necesidad de trascendencia (al menos tal como la entiende el cine de Hollywood: recreación de hechos del pasado con algo de causticidad y heroicidad).
Esto se repite en La noche más oscura, que sigue los pasos de Maya (Jessica Chastain, la actriz de Historias cruzadas y El árbol de la vida), una agente de la CIA obsesionada por atrapar a Osama Bin Laden luego del ataque a las Torres Gemelas en 2001 y de otras arremetidas terroristas en distintas ciudades, y que comienza con las invariablemente persuasivas palabras “basada en hechos reales”.
El resultado es curioso. No es un thriller tradicional, no está protagonizada por actores demasiado conocidos, a lo largo de sus casi tres horas no incluye amorío alguno ni escenas sentimentales, casi no tiene humor ni momentos de alegría patriotera, y, evidentemente, va más allá de la mera maraña de intrigas de películas olvidables como Syriana (2005, Stephen Gaghan).
En su país despertó polémicas por mostrar torturas a prisioneros, y es cierto que Bigelow las expone sin vueltas. Pero tampoco las juzga, respondiendo al tono de recreación seca, insensible, con pocos adornos, que refleja ya su lacónico título original (una expresión militar que alude al momento en el que fue atrapado Bin Laden). Claro que, por aquello de que quien calla otorga, su visión no es tan neutral como parecería.
El estilo es algo impreciso, con planos cercanos alternándose abruptamente con planos generales, una luz mortecina y recursos que generan más tensión que emoción. En este sentido, es bastante distinta de Argo, otra película sobre los efectos de la intromisión de EEUU en Medio Oriente después de 2001, también nominada al Oscar este año: la de Ben Affleck es más divertida y triunfalista, y hasta puede ser vista como una historia de aventuras con un héroe manifiesto, en tanto la de Bigelow aparece violentada por cierta estética sucia de noticiario, con las escenas de atentados –muy bien resueltas– ocupando una función apenas incidental, casi informativa. Maya, además, parece más una persona (fría, obsesiva, indiferente al dolor, pero persona al fin) antes que un personaje-excusa para conseguir la identificación emocional del espectador.
El final puede sugerir la clausura de un período en la historia de EEUU, una sensación de culpa, o simplemente el vacío de la protagonista, cuya vida parece cobrar sentido sólo ante el peligro y la venganza. Y es que, aunque irregular y equívoca, La noche más oscura provoca discusiones e incomoda, desentendiéndose del exitoso patrón actual de cine con mentalidad y destinatarios adolescentes.

Por Fernando G. Varea