La noche más oscura

Crítica de Alexander Brielga - Cine & Medios

La empleada del mes

Un sujeto entra a la sala con el filme ya iniciado. Mientras en la pantalla se ve una escena de tortura; en la platea el tipo intenta ocupar su butaca mientras carga en un brazo las gaseosas, y con el otro dos bolsas de pochoclo. El resto del público, en tanto, ya disfruta del espectáculo que la sobrevalorada Kathryn Bigelow ofrece.
Durante más de dos horas la directora banaliza una de las operaciones más siniestras que se hayan perpretado en este nuevo siglo. Bigelow cuenta cómo un agente de la CIA, conocida como Maya, se pasó sus doce años años de carrera en la agencia buscando a Osama Bin Laden. Maya no es lo que parece; es una tipa ruda, fría y testaruda. Al principio se impresiona un poco ante una tortura, pero esa sensación no le dura mucho; a los pocos minutos ya es parte del aparato de hostigamiento.
Maya -y todos los que participan del operativo Bin Laden- están convencidos de que el fin justifica los medios, y se lamentan sin tapujos cuando algunos de esos "medios" ya no les son permitidos. Bigelow presenta a su personajes sin grises; no hay duda en ellos, ni alguno que al menos plantee algún dilema moral o sea crítico sobre lo que sucede. La directora cuenta la historia desde una posición muy bien definida: la de quien vacía de contenido aquello que no debería vaciarse.
La producción y los rubros técnicos están a la altura de las circunstancias, sin nada que sea realmente destacable, como tampoco lo es la actuación de Jessica Chastain, quien vaya a saber por qué está nominada a un Oscar.
Nefasto es una palabra que le sienta bien a este filme. Después de ver "Argo", y algunas otras películas, no es descabellado pensar que detrás de esta producción no esté la misma CIA tratando de lavar sus atrocidades -la mayoría y más deleznables no son mostradas en esta cinta-; al fin y al cabo no sería la primera ni la última vez que Hollywood prestara un servicio a su nación con la ayuda de un director operado desde los medios para dar la imagen necesaria.
Finalmente, Bigelow consigue cerrar su cuentito, el de la captura de un Bin Laden de quien nadie vió su cadáver -a diferencia de Hussein y Kadafi- y del que no pocos aseguran que lleva muerto varios años, desde mucho antes del 11-S. También logra que todos los abusos llevados a cabo por los EE.UU. en esa operación parezcan una misión de ficción, para verla comiendo pochoclos, sin que nada importe demasiado.