La noche más larga

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Menudo desafío se propuso el realizador cordobés Moroco Colman cuando decidió, en 2015, utilizar como materia prima de su segunda película el libro La marca de la bestia, la pormenorizada investigación periodística de Dante Leguizamón y Claudio Gleser sobre la figura de uno de los criminales más tristemente célebres de la provincia del fernet y el cuarteto. Más desafiante resulta hacerlo de manera si se quiere poco ortodoxa para los cánones cinematográficos, despojando las acciones de una motivación y, por lo tanto, volviendo el asunto más incómodo y nada tranquilizador.

Es, además, un criminal cuyos delitos se resignifican a la luz verde de la ola que desde hace seis años tiñe las calles de las principales ciudades del país, como se señala algo explícitamente en la escena final. El protagonista de La noche más larga existió y dejó una de esas huellas que marcan un antes y un después en la vida comunitaria. Se cree que Marcelo Mario Sajen violó a más de noventa chicas jóvenes entre 1991 y 2004, siempre en las inmediaciones del Parque Sarmiento de la capital provincial. Muchas de ellas denunciaron y se cargaron sobre los hombros la visibilidad y el avance del caso; otras, la mayoría, por temor, vergüenza o ambas, callaron.

La información de contexto aparece en las habituales placas negras con letras blancas al inicio del film, mientras una voz en off femenina sitúa el relato en las inmediaciones del espacio verde más grande de la ciudad. En esa zona y durante la noche cazaba Sajen con un modus operandi descripto a través de un montaje paralelo por el cual lo único que cambia en cada situación son los rostros y nombres de la víctimas: cuando menos lo esperaban, Sajen aparecía por detrás, las apuntaba con un arma y las llevaba hasta una zona oscura.