La noche del demonio 3

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Otra noche, otro demonio

Es ley, si una película de terror se vuelve exitosa, es imposible que no se exprima al máximo. El Exorcista, Halloween, Viernes 13, Pesadilla en lo Profundo de la Noche (las de Freddy entre los amigos) y Scream son ejemplos de ello. De los últimos quince años se pueden nombrar dos sagas principalmente: Actividad Paranormal y El Juego del Miedo. La Noche del Demonio (Insidious), con esta tercera entrega, logra meterse en el grupo de películas de terror cuyo éxito la transforma en franquicia. La definición le sienta justo a esta tercera parte. Por un lado porque es precuela, y por otro, es una historia independiente que gira en torno una entidad que acosa a una adolescente.

La historia de La Noche del Demonio 3 (Insidious: Chapter 3) va de la mano con la idea de que cuando no hay material para extender la saga (la segunda ya era endeble en ese aspecto), se da un paso hacia atrás para contar algún origen. En este caso, se enfoca en la médium Elise Rainier (la anciana y certera Lin Shaye) y su equipo de nerds investigadores (el flaco es el director de la película). Todo esto en medio del ataque de una entidad maligna a una joven llamada Quinn (Stefanie Scott). La adolescente, tras la muerte de su madre, y deseando contactar con ella, pega el grito al más allá. Con tanta mala suerte que justo en el edificio donde vive hay un ente malo, muy malo: chorrea brea y tiene un respirador puesto, pálido y decrépito. Lindo bicho. Si en las dos películas anteriores el espíritu agresor quería volver a vivir, en esta, sólo quiere matar.

En las dos entregas anteriores el espíritu agresor quería volver a vivir, en esta, solamente quiere matar.
Donde más se puede notar el espíritu de esta saga es el manejo del terror, más enfocado en el efectismo que en la construcción perturbadora de climas. Se nota la mano detrás del proyecto: James Wan. Un director efectivo y efectista. Desde aquella aventura original de El Juego del Miedo (basada en una historia suya) comenzó la construcción de un imperio de terror y entretenimiento mainstream. Su punto más alto, sin lugar a dudas, es El Conjuro (The Conjuring). El malayo Wan no dirige esta nueva entrega de título genérico (faltó “posesión” o “exorcismo” y se habría concretado el súmmum de las traducciones de películas de terror), pero aún así, se percibe su mano como productor. La dirección de Leigh Whanell es hija de la de Wan. Un estilo de narración que crea algunos climas interesantes, pero que abusa de la sorpresa (visual y sonora) para que uno salte del asiento. Algo que no es negativo per se, pero que a través de su exceso termina anulando la capacidad de generar temor. Ese impacto, a mi criterio, es superficial, un mero golpe de efecto. Si un camión toca su bocina sin que lo vea, me asusta, pero no es terror.

Para el seguidor de la saga, esta continuación y precuela (se hace confuso a veces esto) puede resultar interesante, habita en ella un mismo tejido siniestro de espíritus agitándose en todas partes, dispuestos a tomar cuerpos y almas. Para el resto, hay mucho terror del bueno dando vueltas. Eso sí, hay que seguir esperando el milagro de que lo estrene.