La noche de la expiación

Crítica de Juan Pablo Schapira - Tranvías y Deseos

Matanza, disfraz y redundancia

Entré pensando que iba a ver otra película, literalmente. No me pregunten qué ni por qué, pero no estaba esperando del todo este film. “La noche de la expiación” (The Purge) es una fiesta gore de muertes abominables, sólo que se disfraza de otra cosa. En ese disfraz, uno de los más sofisticados del mundo, pueden verse los puntos altos y bajos de la historia de una familia de muy buen pasar que se encierra en su casa el único día del año en el que está permitido cometer cualquier crimen durante 12 horas sin que haya condena alguna. El país es Estados Unidos, el futuro es cercano y factible. ¿Salir a matar para liberar la furia interna y hacer catarsis? Es lo que discuten los especialistas en los noticieros del film mientras nos compenetramos con su premisa. Esa teoría y la posibilidad de revelar, desatar un perverso costado de la naturaleza humana sin sentir culpa.

Este argumento no es nuevo. “La noche de la expiación” lo une ferozmente a la tendencia que puedan tener los sectores más altos de la sociedad de querer eliminar la parte ‘improductiva’ del sistema (el sector bajo) por rechazarla, por tenerle asco, vaya uno a saber. La resultante –intencional o no- sería el florecimiento de la economía y la reducción de la violencia. Todo esto es la premisa ideológica de la película y se nos deja claro en los primeros minutos. Lo que se revela en el transcurso del film es que la precisión de ese discurso es innecesaria y que el director/escritor James DeMonaco no puede llevar más lejos esa premisa. Desde el diálogo, hay un clímax mitad de transcurso del film en la escena de presentación del villano de turno; un personaje que se explica bien y justifica la idea que la historia pone en juego. Luego nada tiene ese nivel de relevancia y es como si DeMonaco lo supiera pero no lo quisiese admitir. Por eso sostiene ese discurso hasta el final introduciendo a un negro pobre (así, negro pobre; o un pobre que ‘justo’ es negro) como elemento de desequilibrio. ¿Quién lo quiere salvar? ¿Merece ser salvado? ¿Qué tan mal está matarlo si eso me permite salvarme a mí?

Lo cierto es que el cine de este tipo maneja dos lugares: el de la explicación y el de la ausencia de sentido. “Los Extraños”, una superior película que tiene muchas similitudes con esta, elegía este último camino y su recorrido era una impredecible montaña rusa. No sabíamos tanto sobre los protagonistas, menos sobre los asesinos, y no importaba. Cuando se elige el primer lugar, como en “La noche de la expiación” se precisa no abusar del psicologismo; o sea, no sobre explicar, que no parezca que todo tiene un correspondiente y perfecto por qué. Eso anula la emoción.

La elección de la locación única es concreta. Todo sucederá adentro de la casa. Una vez que encerraste a todos los personajes ahí y la matanza es inminente, asumiste un riesgo ante el espectador atento. Las resoluciones argumentales en “La noche de la expiación” son predecibles y los giros sobre el final son muchos y se hace largo.

El disfraz tiene peso suficiente para calmar la ansiedad, de modo que DeMonaco se despacha con dos aciertos que merecen felicitación. El primero es la realidad del tiempo. La sensación es la de que todo está sucediendo en un tiempo similar a lo que entendemos como real y eso aumenta la tensión en la sala aunque uno pueda presentir que en la película pasará tal cosa o tal otra. Además está el genial villano de Rhys Wakefield. Australiano, de 25 años y de trayectoria televisiva, Wakefield es una bestia contenida que se roba la pantalla porque el director sabe cuándo y dónde ponerlo (en qué momento debe aparecer y en qué lugar exactamente), cómo filmarlo y qué es lo que el actor tiene que hacer para que su desagradable figura se vuelva inolvidable.

La película trabaja los personajes desde el burdo estereotipo. El villano recientemente alabado y su gente son chicos ricos en el sentido más obvio: peinados con gomina, ecos de fraternidad, buen vestir y fino andar. Puertas adentro, un matrimonio rutinario y cómodo, un tanto distante (Ethan Hawke y Lena Headey, de “Game of Thrones”); hijos con dificultad de comunicación con un padre en piloto automático. La hija adolescente (preciosa la australiana Adelaide Kane) es la colegiala madura y rebelde –vestida bien de colegiala americana: falda verde escocesa, corbata roja y medias blancas hasta las rodillas- que sale con alguien más grande; el hijo más chico (Max Burkholder) es un rarito que se mide las pulsaciones del corazón a toda hora. Tienen mucho dinero. Reaparece el componente moral cruzado con la clase social. ¿Hasta donde puede llegar una persona de estas condiciones si se ven forzados? En ese lugar pendulan los interrogantes de la película.

De todos modos, en el último tramo de su recorrido, antes de un epílogo innecesario, “La noche de la expiación” ajusta el discurso redundante con el pulso necesario de sus actores y eso es lo que la salva. Se señaló que el disfraz es muy imponente, que el componente ideológico no puede desaparecer aunque pierda efecto, pero el espacio es tan reducido y el film está tan fascinado con esa familia, sus lujos (la casa y el barrio en el que viven están bellamente fotografiados por Jacques Jouffret en su primer trabajo como director de fotografía) y su perturbadora tranquilidad, que –por suerte- se escapa sin querer el componente universal. El discurso lógicamente se va diluyendo pues la naturaleza humana siempre está antes de toda explicación. Podemos tener un asesino adentro todos, ricos o pobres, negros o blancos. También puede que no nos llame matar a nadie, como lo decide esta familia al momento de encerrarse durante la noche que describe el título del film.

Es decir, sea más o menos efectivo el discurso elegido, estos actores tienen el pulso necesario del sufrimiento y están lo suficientemente solos y expuestos como para fallar, pero construyen, desde el burdo estereotipo, una muestra del corazón. El film, aunque tardíamente y no con total conciencia de ello, pone las cosas en ese lugar mientras sucede otra cuestión. Esa otra cuestión es la masacre, la matanza pura; el verdadero núcleo detrás del disfraz, lo que todos queremos ver sin que se esté justificando tanto. Bueno, en el medio de esa situación extrema, la vida de una familia peligra y los actores captan esa emoción y desde allí terminan elevando el material. Ethan Hawke, por ejemplo, entrega un padre de familia para ver una y otra vez. Verifiquen ustedes si el corazón de Ethan Hawke no es el centro escondido de “La noche de la expiación”.