La niña de tacones amarillos

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

En el inicio de la seducción

De un día para el otro, la vida de Isabel cambia por completo. Vive con su mamá y un hermano menor en una modesta casa de Tumbaya, un pueblito de apenas 300 habitantes ubicado a orillas del río Grande, en la quebrada de Humahuaca. Pero la construcción de un lujoso hotel-spa altera la tranquilidad del lugar y, sobre todo, su vida cotidiana. Vendiendo las empanadas que su madre cocina para los empleados que construyen ese enorme edificio que despierta en ella curiosidad y entusiasmo conocerá a Migue, que le lleva unos años, y tendrá su primera relación amorosa.

Una historia más o menos tradicional de iniciación, es cierto. Pero Luján Loioco, directora que debuta en el largometraje con esta sólida película presentada el año pasado en el Bafici, logra dotarla de singularidad y eficacia trabajando con aplomo cada detalle: la actuación de Mercedes Burgos es muy convincente, la narración fluye con naturalidad y las escenas más riesgosas -las de las primeras experiencias sexuales de la jovencita- están filmadas con mucha sutileza.

Lo más notable de la película, sin embargo, es la postura que toma frente a la protagonista: no la victimiza, la entiende y al mismo tiempo se anima a mostrar el impacto que produce en ella la novedad de su poder de seducción. Isabel cae en la cuenta de que es deseada por los hombres y no sabe muy bien cómo manejarse a partir de ese descubrimiento. Se deslumbra con los perfumes con aroma a "madera mojada y caramelo" de las mujeres que visitan a los empresarios, no oculta su curiosidad por conocer la vida nocturna de la ciudad, quiere calzarse zapatos con tacones y, sobre todo, entra en conflicto con su madre y su mejor amiga, la hija del intendente de su pueblo.

El paso de la infancia a la adolescencia suele ser traumático, se sabe. Y la película lo describe con profundidad pero sin alardes. Como telón de fondo y sin ajustarse a la denuncia ni a la escandalización, Loioco da cuenta de cómo funcionan las relaciones de poder en esa sociedad minúscula que, en su propia escala, reproduce las miserias de las grandes urbes. Isabel también sufrirá en el cuerpo las consecuencias de esa realidad. La directora sabe además cómo revelarnos un paisaje imponente, intercalando una serie de planos fijos que cautivan sin recurrir a la estética de la postal. Hay mucha tela para cortar en esta película sencilla y equilibrada, de una madurez notable para una debutante.