La navidad de las madres rebeldes

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Estereotipos familiares.

Hace ocho años, John Lucas y Scott Moore tuvieron una idea si no genial, al menos muy buena y su guion para ¿Qué pasó ayer? terminaría convertido en un éxito internacional, iniciando además un nuevo subgénero de comedia alocada y felizmente chabacana (la repetición de la fórmula en sendas secuelas no haría más que desgastar los engranajes cómicos, pero esa es otra historia). Puestos a escribir y dirigir en tiempos más recientes, la dupla pergeñó El club de las madres rebeldes, suerte de remix femenino de algunos de los tópicos de aquel film, aunque sin amnesia ni viaje salvaje y con un nivel de desenfado mucho menor, lo cual derivaba consciente o inconscientemente en una suerte de feminismo de cotillón, pura fachada para un relato tranquilizador y, en el fondo, conservador. Algo similar ocurre con esta secuela que reemplaza la relación de las tres mamis titulares –Amy, Kiki y Carla– con sus parejas por el vínculo aún más problemático que intentan mantener con sus respectivas madres.

La excusa son las reuniones navideñas y el foco vuelve a centrarse en conflictos ligados a diversos modos posibles de maternidad: extremadamente rígidos, posesivos, simbióticos o, por el contrario, “abandónicos”, siguiendo ese horroroso neologismo de raigambre psicologista. Nuevamente, la protagonista es Amy (Mila Kunis), cuya voz en off deja en claro desde el primer minuto que los días previos a la Nochebuena son un perfecto ejemplo de estresazo. Sus dos amigas, Kiki (Kristen Bell) y Carla (Christine Baranski), hacen las veces de reflejos del personaje central: la primera complace a rajatabla las demandas de una ama de casa de familia nuclear ideal (de clase media acomodada, para más datos) mientras que la segunda mantiene a su hijo adolescente sin la ayuda del padre, gracias a su trabajo en un local de belleza femenina. La modosita y la pícara y, en un punto intermedio entre ambas, Amy. El humor en general suele partir de estereotipos y no hay nada de malo en ello, más bien todo lo contrario. El problema central de La Navidad de las madres rebeldes es qué se intenta hacer con ese punto de partida.