La mula

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

YA NO ES LO QUE ERA

Clint Eastwood dirige y protagoniza una historia basada en hechos reales que le calza como anillo al dedo y no, no es un cumplido.

“La Mula” (The Mule, 2018) pierde todo su atractivo en el momento que tenemos que volver a ser testigos de otro personaje añejo y racista en extremo interpretado por Clint Eastwood. El cliché es tan predecible como los estereotipos de la película que, aunque esté basada en hechos reales, no puede escapar a los preconceptos de que todos los mexicanos (o latinos) son delincuentes o, en este caso, narcotraficantes.

El guionista Nick Schenk -el mismo de “Gran Torino”- toma como punto de partida un artículo aparecido en The New York Times, escrito por Nick Schenk y titulado “The Sinaloa Cartel's 90-Year-Old Drug Mule”, un hecho casi anecdótico que cuenta la historia de Leo Sharp, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que a sus entrados ochenta años se convirtió en la ‘mula’ del Cartel de Sinaloa.

Eastwood se pone en la piel del protagonista, acá Earl Stone, un horticultor especializado en lirios que ve como su negocio empieza a entrar en la ruina (aplastado por el modernismo). Desde hace rato que rompió los lazos familiares con su ex esposa (Dianne Wiest) y su hija (Alison Eastwood), justamente, por dedicarle mucho más tiempo a su negocio y sus queridas flores. Ahora, su nieta Ginny (Taissa Farmiga) está por casarse, y un poco a regañadientes, trata de seguir formando parte de su vida.

Después de cerrar su negocio, Earl anda bastante falto de dinero y así, sin mucho preámbulo, acepta trasportar un pequeño cargamento a través del estado de Illinois. La tarea es fácil, paga bien, y a él no le interesa hacer muchas preguntas al respecto. Claro que es un viejo y tiene sus mañas, lo que no encaja muy bien con la política y los métodos del cartel mexicano a la hora de mover su preciada cocaína.

Stone lo hace a su manera, poniendo nerviosos a todos los tenientes del jefe, Laton (Andy García), pero también se convierte en la mula más eficiente a los propósitos de la organización criminal, ganándose el respeto y el cariño de estos altos mandos.

Con cada viaje la billetera de Earl se va abultando y hasta decide hacer algún que otro bien con esos ingresos. Los peligros también van cuesta arriba cuando la DEA -encabezada por los agentes Colin Bates (Bradley Cooper) y Trevino (Michael Peña)- se enfoca en ciertas actividades de la ciudad de Chicago, más precisamente en las entregas realizadas por un tal “Tata”, por supuesto, el nombre ‘cariñoso’ que recibe Stone.

Más confiable que Clint, no hay
Claro que nadie sospecha del viejo y querido Earl, quien es blanquito y acata todas las leyes de tránsito, e incluso sale muy bien parado ante cualquier encontronazo con la policía de caminos. Pero Stone tiene muy poco de simpático: es mujeriego a más no poder (¿en serio pretenden que nos creamos que este tipo puede aguantar dos ménage à trois?) y, por sobre todas las cosas, no se guarda ninguno de sus comentarios desacertados antes cualquier minoría, ya sean latinos, afroamericanos o lesbianas. La película -y el guión de Schenk, específicamente- se ríe a costa de todos estos estereotipos que, al rato, aburren e incomodan, no porque no sea políticamente correcto, sino porque en ningún momento busca la crítica o la justificación.

Esta no es una película de Spike Lee, ni siquiera una de Jordan Peele donde entendemos perfectamente las connotaciones y las metáforas utilizadas. Este es Eastwood haciendo de Eastwood, tan desagradable como Woody Allen haciendo de Woody Allen. Realizadores que no evolucionan y no pueden dejar de lado sus patéticas formas.

“La Mula” presenta una historia llevadera, más cercana a una comedia de enredos que a un drama basado en hechos reales. Ni Eastwood como director ni Schenk como guionista logran encontrar el tono a lo largo de dos horas de película, que va cambiando drásticamente de escena en escena, terminando con una lacrimógena redención de un personaje que nunca se puede ganar nuestro respeto o empatía.

Aunque la mula se vista de seda, mula queda
Clint filma bien, pero “La Mula” no tiene nada de artístico. Su universo (la mayoría de sus universos) cinematográfico se reducen a un mundo de hombres donde las mujeres son madres, esposas, hijas y, obvio, prostitutas, muchas prostitutas. Really? El humor funciona muy de vez en cuando, y el juego del gato y el ratón entre la DEA y sus objetivos demuestra, una vez más, que los agentes del gobierno son unos pelmazos.

Hablamos de una película clásica con cierto grado de violencia desparramada por aquí y por allá, porque hay que mostrar que los narcos son todos malos, feos y traicioneros. El thriller, la tensión, quedan por el camino porque pocas veces sentimos que el protagonista corra verdadero peligro de ser atrapado, o aleccionado por el cartel.

En cambio, disfruta de su condición y jamás se ve a sí mismo como un viejo derrotado e inútil, punto a favor para esta filosofía, aunque para adoptarla también dejó de lado a todos sus seres queridos, demostrando que también hay que ser egoísta.

La mirada Eastwood no puede fallar
“La Mula” termina siendo un mero entretenimiento anecdótico que no busca hilar fino sobre ningún tema en particular. No se esfuerza en análisis socioeconómicos, ni mucho menos (tampoco es lo que persigue), pero sí crea todo un relato a expensas de muchos de los preconceptos que el cine explotó casi desde sus comienzos, pero que el 2018 empezó a desterrar gracias a historias más diversas e inclusivas.

Desde hace rato Clint Eastwood demostró que no se puede (ni quiere) adaptar a los tiempos que corren, y sigue explotando su lado más derechista y retrógrado a través de un estilo consolidado que se celebra por costumbre y por currículum, pero que pocas veces se mide desde la ideología.