La mujer sin piano

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Rosa de noche

La mujer sin piano despliega una melancolía difusa que genera emociones en sordina y un humor lacónico en la línea de Aki Kaurismaki o Elia Suleiman. Javier Rebollo practica un minimalismo controlado pero evita que sea sistemático. El director toma decisiones audaces como la inspirada utilización del fuera de campo y la voz en off, el uso repentino de la música como contrapunto de las imágenes o la construcción de escenas que comienzan con la protagonista y terminan sin ella.

Rosa es una cincuentona discreta y triste que pasa sus días entre decenas de problemas domésticos y un matrimonio insípido. Durante la primera parte de la película, Rebollo filma los pequeños rituales de la protagonista con planos fijos que refuerzan la descripción clínica de su rutina: una conversación telefónica matinal con su marido, la limpieza del hogar, una ducha, la visita a la primera clienta (Rosa trabaja como depiladora a domicilio), una siesta, el regreso del marido y la televisión como punto culminante del desgano. Los pequeños escapes triviales no cambian el panorama. El comportamiento sádico y burocrático de una empleada del correo extiende el letargo doméstico a una dimensión social, aunque la desesperación permanece sutilmente cubierta de humor.

Cuando llega la noche, Rosa se levanta sin hacer ruido, se pone una peluca negra y se pinta los labios. Tira algunas cosas en su valija, se calza un impermeable marrón y sale sin darse vuelta. La puesta en escena se dinamiza junto a su protagonista para descubrir los secretos de la vida nocturna de Madrid. Rosa vive experiencias inéditas en el vacío urbano de una ciudad en la que sólo puede relacionarse con unos pocos personajes extravagantes, como el misterioso inmigrante polaco con el que comparte varias horas. De todas maneras, la originalidad de estos personajes resulta demasiado fabricada para que se vea en ellos otra cosa que instrumentos del cineasta. Rosa posee un improvisado apetito de aventuras cuyo destino final no importa, porque es un pretexto para registrar su vagabundeo. De noche, Rosa se sumerge en un oscuro decorado de ficción, se transforma en una criatura de cine y se funde en lo desconocido hasta ya no reconocerse.