Mujer Maravilla

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Y finalmente, después de cuatro décadas, una nueva Mujer Maravilla llega al celuloide. Por qué transcurrió un lapso tan grande desde la versión televisiva y por qué es el último superhéroe icónico en alcanzar la pantalla es algo que podría explicar, quizá, cierto temor al fracaso. La Mujer Maravilla de Linda Carter fue tan carismática, tan llena de sex appeal, tan –en suma– perfecta como adaptación de cómic que resultaba casi imposible pensar en un reemplazo.
La nueva Mujer Maravilla de Gal Gadot es algo completamente distinto; persuade por la inocencia, por la actitud y por su propio carisma. Sumemos un buen guion y, si bien la adaptación de los setenta no bajará del podio, podemos decir que hay una nueva franquicia exitosa, aguardando su propia mística.
Como toda nueva saga, Mujer Maravilla arranca por el origen del mito, palabra que resulta apropiada para esta versión coescrita por Zack Snyder y dirigida por Patty Jenkins. El film muestra unas playas mediterráneas donde unas amazonas entrenan mientras una pequeña Diana ya sueña con sumarse a la lid. Las amazonas son, según esta versión, descendientes directas de Zeus, responsables de restablecer la armonía entre los hombres cada vez que Ares, el dios de la guerra, mete la cola.
A medida que va creciendo, Diana es entrenada por su tía Antíope (Robin Wright), siempre bajo la supervisión de su madre Hipólita (Connie Nielsen), reina de las amazonas. Ya está crecida y personificada por Gal Gadot cuando, de la nada, un avión cae en el paradisíaco mar de las amazonas, y Diana acude a salvar al piloto. Este es Steve Trevor (Chris Pine), que no es teniente coronel sino un espía de los británicos durante la Primera Guerra Mundial, huyendo de la aviación alemana: el tiempo y el estatus son dos diferencias substanciales con la serie, que transcurría durante la Segunda Guerra.
Convencida de que Ares juega para las filas de Von Bismarck, Diana viaja con Steve a Londres, donde su peculiar atuendo no pasará desapercibido. La atención al tiempo histórico es otro acierto de la película. “Esto es horrible”, se queja Diana mientras el barco de ambos arriba al puerto de la capital británica, en un Támesis roñoso, lleno de embarcaciones precarias y desechos industriales, algo bien distinto a la postal romántica que conocemos hoy día. Mientras ambos se ponen bajo las órdenes de Sir Patrick (David Thewlis), a la espera de un armisticio, en Alemania la terrible Doctora Meru (Elena Anaya) prepara bombas químicas para Ludendorff (Danny Huston), un jerarca que se resiste a firmar la paz con las potencias aliadas.
Diana ve a Ares en Ludendorff, y el conflicto entre su mundo (fantástico) y el histórico (real) genera numerosas bromas efectivas, tanto por el guion como por la buena química actoral entre Pine y Gadot. Cuando una junta de lores le pregunta su nombre, ella dice ser “Diana, princesa de las amazonas”, pero Trevor la corta a mitad de camino y afirma: “Prince (princesa); su nombre es Diana Prince”. Un giro inteligente, que aprovecha el humor para introducir al personaje. Este tipo de situaciones se dan de manera recurrente, con las referencias, con el vestuario de Diana. Cuando finalmente la Mujer Maravilla se presenta de cuerpo entero es en el frente de batalla, bien avanzada la película; allí, da muestra de su poderío, pero el recurso de los efectos digitales mina un poco la frescura del film. Pese a algunos estampidos de más, Mujer Maravilla cumple los requisitos básicos de un clásico hollywoodense (buenos diálogos, acción, humor, el demorado beso); por eso, la demora está disculpada.