La muerte no existe y el amor tampoco

Crítica de Ezequiel Obregon - Leedor.com

Tras su ópera prima Cómo funcionan casi todas las cosas (2015), el realizador Fernando Salem transpuso en La muerte no existe y el amor tampoco (2019) “Agosto”, la novela de Romina Paula.

- Publicidad -

Además de desempeñarse en el teatro y ser una frecuente actriz en cine (y reciente realizadora, con su ópera prima De nuevo otra vez), Romina Paula publicó tres novelas: “¿Vos me querés a mí?”, “Agosto” y 2Acá todavía”. Su prosa se destaca por aunar reflexiones de tipo filosóficas con el universo cotidiano, sin que haya un desbalance o, mucho menos, la búsqueda de una didáctica. De ese modo, los personajes reflexionan y al mismo tiempo trazan un mapa de sus emociones, de sus derroteros personales. El desafío de llevar “Agosto” a la pantalla grande era no resolver ese aspecto de forma específicamente cinematográfica.

En La muerte no existe y el amor tampoco conocemos a Emilia (Antonella Saldico), una joven psicóloga que tiene una vida sin mayores sobresaltos. Más allá de los momentos intensos que le toca vivir con los internados del neuropsiquiátrico en donde trabaja, pasa el tiempo con su novio y no demuestra tener nuevos planes. Hasta que de repente llega Jorge (Osmar Núñez), el padre de su mejor amiga fallecida algún tiempo atrás y le propone volver al sur para participar de la ceremonia íntima en la que esparcirán sus cenizas. Una oportunidad para reencontrarse con esa parte que dejó atrás, cuando era habitante de un lugar de clima hostil y paisajes de enorme belleza (muy bien fotografiado, sin premisas turísticas).

Salem consigue, a partir del material primigenio, una película austera en el mejor sentido; sin grandilocuencias, con diálogos muy bien construidos y con un tono medio que sirve para profundizar en las emociones encontradas que genera todo duelo. Emilia tomará contacto con la madre de su amiga (Susana Pampín), la hermana (Romina Paula), su propio padre (Fabián Arenillas) -quien ha formado otra familia- y finalmente con Julián (Agustín Sullivan), con quien quedó trunca la promesa de un futuro compartido.

El principal problema de la película (se diría, el único) es la convivencia entre Emilia y Andrea (Justina Bustos), quien se le presenta apenas llega y la acompaña en varios tramos del film. Más allá de que la película desaprovecha a Bustos (una muy buena actriz), esta decisión señala la potencia introspectiva que tiene la novela, al tratarse de un texto en primera persona que se dirige en buena parte a la joven muerta. Potencia que no logra transcribirse en la película; su tono melancólico y aletargado (una marca de la escritora) queda así relegado. Pese a ello, La muerte no existe y el amor tampoco es un buen segundo film de un realizador que parece estar interesado por esa clase de historias mínimas y contenidas, a las que se les agradece su presencia en una cartelera tan plagada de fuegos de artificio.