La muerte de un perro

Crítica de Marcelo Cafferata - Lúdico y memorioso

Cuando pensamos en la “comedia uruguaya” dentro del cine –y mucho más aún dentro de los contemporáneos-, aparecen rápidamente no sólo los títulos de algunas películas que, a su manera, se convirtieron en emblemáticas y fueron dando forma a un pequeño movimiento, sino también los nombres de algunos directores asociados a esos filmes.

Es así como recordamos a “25 watts” “Whisky” “Gigante” “La Vida Útil” o más recientemente “Belmonte” –y el retrato de un artista pasado los 40 en plena crisis- o “Alelí” -con su particular mirada del universo familiar-, junto con los nombres de directores como Pablo Stoll, Adrián Biniez, Juan Pablo Rebella o Federico Veiroj, que ya han logrado una marca de autor dentro del cine latinoamericano.

Quizás el común denominador de todas ellas es el sentido del humor que las atraviesa, una mirada melancólica, no exenta de sarcasmo e ironía, con un tono gris que, por momentos, se empeña en ser denodadamente monocorde y sin grandes estridencias, todo lo que constituye un estilo claramente reconocible.

Matías Ganz con “LA MUERTE DE UN PERRO”, estreno de esta semana en la plataforma www.cine.ar/play, abreva de muchos de estos elementos comunes, pero apuesta a atravesar aún más ciertos límites convirtiendo ese retrato de seres grises en una comedia absolutamente negra, que termina emparentándose mucho más con la corrosiva “Under the tree” del islandés Hafsteinn Sigurösson.

Ese riesgo que toma Ganz de sobrepasar ciertos estereotipos y exponer a sus protagonistas a romper cualquier ética posible para lanzarse alocadamente a una desenfrenada carrera en donde “el fin justifica los medios”, hace que su ópera prima tenga un clima exquisitamente atractivo.

Un pequeño hecho ocurrido dentro de la veterinaria de Mario (Guillermo Arengo) en donde inexplicablemente en medio de una intervención, muere un perro, desencadena un efecto dominó con derivaciones completamente insospechadas cuando ese hecho, en apariencia intrascendente, genere una escalada de violencia inmanejable.

Lo que en principio ha sido un error involuntario o una mala praxis, al tratar de ser torpemente encubierta, generará desconfianza en la dueña del perro (una pequeña pero perfecta participación de Ana Katz) quien, influenciada por su madre, exige saber la verdad de lo ocurrido incluyendo un escrache en las redes sociales e inclusive con manifestantes en la puerta del local de la veterinaria.

Sumado a esto, un robo en la casa familiar empeora el equilibrio de la pareja protagónica, dispara posibles conspiraciones y paranoia y provoca que se instalen provisoriamente en la casa de su hija y su familia, que le dará la posibilidad a Ganz de observar con detenimiento la dinámica familiar y el comportamiento de las diferentes clases sociales, además, con sus diferencias generacionales.

El guion (escrito por el propio director) apunta ciertos dardos de mordacidad e irreverencia sobre las clases sociales, los vínculos familiares, el mundo de la pareja, pasando también por el poder de las noticias, las redes y la potencia con la que influyen en nuestro cotidiano.

Otro de los elementos claves es la inseguridad que no solo viene desde el exterior con el robo que deja toda una casa “patas para arriba” sino del desequilibrio que le genera a Mario el hecho de ser catalogado como un mal profesional –en el afuera, en su intimidad y en el entorno familiar- y quedar expuesto.

El hecho de llevar a sus personajes al límite y hacerlos pasar por situaciones extremas donde toman decisiones que parecen imposibles de acuerdo con el contexto, está trabajado en forma delicada y sin ningún tipo de estridencias ni subrayados. Gran parte de este logro también se comparte con las meritorias actuaciones de Guillermo Arengo y Pelusa Vidal que vibran perfectamente en la misma sintonía (con interesantes encuadres como las escenas que se desarrollan dentro del auto, con pequeños diálogos en los que los silencios y las miradas lo dicen todo) y expresan esa solapada violencia que habita en sus personajes.

“LA MUERTE DE UN PERRO” se constituye entonces en una de las buenas sorpresas que nos depara esta plataforma, con una propuesta diferente a los estrenos que hubieron en este último tiempo, invitándonos a compartir un humor ácido y una mirada crítica a una clase social e incluso a una generación que, tras una cierta pátina de corrección, esconde su costado más vulnerable, sus obsesiones y sus neurosis, con una pulsión oscura que se pone de manifiesto cuando un pequeño hecho genera un espiral negativo que los arrastra a los actos más despiadados.

POR QUE SI:

«Ópera prima con un clima exquisitamente atractivo»