La muerte de un perro

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Desde la seminal 25 Watts (2001), de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, pasando por gran parte de la obra de directores como Federico Veiroj, Adrián Biniez y Álvaro Brechner, el cine uruguayo de las últimas dos décadas está íntimamente asociado a la comedia solapada, a una gestualidad reducida a su mínima expresión, a protagonistas inseguros y de a pie, muy parecidos a cualquier persona que podemos cruzarnos en una calle, envueltos en situaciones que deben enfrentar aun cuando la mayoría de las veces no estén preparados. Así ocurre con Mario en La muerte de un perro, ópera prima del montevideano Matías Ganz.

La acción es disparada por el hecho que describe el título, algo que sucede por la supuesta mala praxis del veterinario Mario (Guillermo Arengo). O al menos eso piensa su dueña (Ana Katz), que no duda en escracharlo en redes sociales y congregar a varias decenas de personas para insultarlo en la puerta del negocio. Las cosas tampoco andan bien en casa, donde su mujer Sylvia (Pelusa Vidal) pasa sus primeros meses de jubilación poniendo en tela de juicio a una empleada doméstica que supuestamente le roba elementos de valor que, sin embargo, siempre aparecen en el mismo lugar.

A todo eso se suma un robo en la casa que obliga al matrimonio a instalarse durante un tiempo en la casa de su hija y su pareja. Pero, ¿fue un robo o se trató de una (otra) maniobra de la dueña del perro? Ante la falta de respuestas concretas, Mario empieza a elucubrar diversas teorías conspirativas –algunas relativamente realistas, otras, absolutamente descabelladas- que harán ingresar al relato a una zona donde la realidad empieza a enrarecerse. El recorrido del film, entonces, va de un costumbrismo rioplatense, con sus silencios y miradas, al suspenso, no sin antes incluir algunos pasos de un thriller psicológico.

En medio de todo eso, el film aborda cuestiones como los temores de las clases medias alrededor de la propiedad privada y el paso del tiempo en ese matrimonio que empieza a crujir a raíz de esta seguidilla de situaciones. Una materia prima que daba para un drama, que sin embargo Ganz convierte en comedia imprimiendo a todo un tono leve y relajado, atravesado por varias pinceladas de un humor subterráneo que sale a la luz en los momentos menos esperados.