La monja

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

CON PECADO CONCEBIDA

Ya no se puede confiar ni en una religiosa (¿?).
Sin mucho espamento, y con presupuestos acotados, James Wan y compañía lograron conformar un universo terrorífico bastante exitoso, gracias al empujón de “El Conjuro” (The Conjuroing, 2013), los casos de los Warren y otras criaturas que se fueron desprendiendo de estas historias macabras. Después de “Annabelle” (2014), conocimos a la monja, ese ente demoníaco que llegó para atormentar a Lorraine Warren (Vera Farmiga) en “El Conjuro 2” (The Conjuro 2, 2016), demonio que también responde al nombre de Valak. La historia de esta “religiosa” volvió a asomarse en “Annabelle 2: La Creación” (Annabelle: Creation, 2017), dejándole la vía libre para su “debut” cinematográfico.

La tarea, en esta oportunidad, recae sobre el director Corin Hardy, otro habitué del terror, responsable de cosas como “Los Hijos del Diablo” (The Hallow, 2015), y el guionista Gary Dauberman, quien metió mano en “It (Eso)” (It, 2017), por ejemplo. Bien ahí, pero no se entusiasmen, porque “La Monja” (The Nun, 2018) rankea en los más bajo de este universo compartido. Sí, incluso, más al fondo que la muñeca maldita.

Esta vez, la historia nos lleva al año 1952, precisamente a una abadía en Rumania, donde una joven religiosa lleva a cabo el peor de los pecados: el suicidio. Para investigar qué pasó realmente, el Vaticano decide mandar al padre Burke (Demián Bichir) y a la hermana Irene (Taissa Farmiga), una novicia con ideas más modernas y un don especial, que todavía no terminó de tomar los votos.

A su llegada al pueblo, la dupla se contacta con Frenchie (Jonas Bloquet), un joven francocanadiense, responsable de encontrar el cadáver de la monja. Frenchie es de los pocos que se animan a acercarse al convento para llevar provisiones a las religiosas que allí habitan, ya que el resto del pueblo está convencido de que es un lugar maldito.

Y así lo parece a simple vista, un lugar semi destruido por culpa de los bombardeos de la guerra y abandonado, oculto en medio de un bosque nebuloso. Cualquiera hubiera salido corriendo, pero Burke e Irene deciden pasar allí la noche, hasta poder hablar con los “testigos” a primera hora de la mañana.

Los sustos y las presencias sobrenaturales no se hacen esperar y ambos experimentan extrañas visiones y otras yerbas. Hardy no se contiene y arranca con todo el arsenal de lugares comunes desde el principio, sin dejar espacio para el suspenso o el desarrollo de la trama. Mucho menos el desarrollo de unos personajes que parecen no tenerle miedo a nada y casi como que ni reaccionan a todo lo que pasa a su alrededor.

“La Monja” tiene un argumento demasiado desordenado, facilista para algunas resoluciones, y demasiado intrincado para otras. La presencia de Valak es un rotundo “un hechicero lo hizo”, y el caso de que se la agarre con las monjitas, es puramente azaroso. Pero lo peor de esta historia son los personajes, sin contexto ni mucha justificación. Se entiende que Burke es un experto en cuestiones “anormales” y exorcismos, pero más allá de sumar dos más dos para descubrir al demonio, no aporta mucha sapiencia, ni acción, a este lío.

Casi todo recae sobre los hombros de Farmiga (tan parecida a su hermana, físicamente y de carácter), peor igual salimos del cine como muchísimas incógnitas sobre su presencia en el lugar. Eso sí, le envidiamos lo valiente.

El director se concentra demasiado en crear las atmósferas de miedo: los pasillos oscuros, los rincones tétricos, los pasadizos secretos, las cruces invertidas, la niebla y todos los clichés que puedan encontrar en un convento “embrujado”; pero se olvida de pulir una historia coherente que se sostenga por sí misma, como lo lograron su compañeras de franquicia, con mayor o menor éxito. En cambio, prefiere los “jump scares” de manual, la música lúgubre y unos cuantos giros narrativos que se ven a kilómetros de distancia.

La Monja, como ente, ya nos había causado bastante miedo gracias a la secuela de James Wan y ese cuadro maldito. Acá, la misión principal de los realizadores es contarnos su origen, expandir su mitología y, de ser posible, conectar con la historia de los Warren. Esto último es lo único que hace bien la película, el resto, viene muy flojito de papeles… bah, de ideas.

Valak, o Volac (entre muchos otros nombres), ya tiene prontuario eclesiástico y es conocido como el poderoso Gran Presidente de lo absurdo del Infierno, un demonio gustoso de profanar el cuerpo de entes benignos de la iglesia, de ahí que haya tomado el cuerpo de una monja para hacer de las suyas en este universo cinematográfico.

Hasta ahí, todo bien, pero el resto se nos va al tacho. Ni Hardy, ni Gary Dauberman dan pie con bola a la hora de convertirlo en una entidad realmente amenazadora que ponga en riesgo la vida, o aún peor, el alma de los protagonistas, empujándonos a ponernos de este lado. En cambio, no es buena señal si muchas de las escenas “terroríficas” nos dan un poquito de gracia por culpa de lo absurdo del momento o de la forma en la que encajan (medio a la fuerza) dentro de la trama.

Una lástima que “La Monja” no pueda seguir sumando ladrillitos a esta construcción que arrancó con “El Conjuro” y esas ganas de retornar el estilo y las características más clásicas del género, con una buena puesta en escena, grandes actuaciones, y la atmósfera ideal para ponernos los pelos de punta, mezclando la fantasía con esos casos “basados en hechos reales” que aportan su granito de credibilidad al asunto.

Con esta película, la franquicia se trastabillea y nos hace desear el regreso de Lorraine y Ed lo antes posible.

LO MEJOR:

- Las Farmiga y el terror se llevan bien.

- El diseño casi onírico de algunas secuencias.

LO PEOR:

- El desarrollo de la trama y los personajes.

- Demasiados clichés juntos.

- Toda la mitología del personaje viene flojita de papeles.