La mirada invisible

Crítica de Silvina Herrera - Nuestros actores

Alegoría de la represión

En La mirada invisible, Diego Lerman se sumerge en la tensión de un país reprimido y opresivo.

Sin vacilación, sin apartar los ojos, sin mostrar la sensibilidad agazapada, María Teresa (Julieta Zylberberg) quiere imponer su mirada invisible, pero se olvida que detrás de ella, alguien más está mirándolo todo. La nueva película de Diego Lerman, el director de la recordada Tan de repente (2003)y de Mientras tanto (2006), basada en la novela Ciencias morales de Martín Kohan, teje un juego de símbolos para dar cuenta de la dualidad entre una forma de ser represora y reprimida que oprime a la única protagonista, una preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires durante los días previos a la guerra de Malvinas.

La trama del La mirada invisible avanza a través de la vida vacía de María Teresa, la joven que pasa sus días intentando mantener el orden perfecto entre los alumnos del colegio a quienes persigue hasta el baño para descubrir si fuman a escondidas, y las noches aburridas en la vivienda que comparte junto a su madre y su abuela. De esta forma, la película se vuelve una gran alegoría de los años de la Dictadura, que tiene los mayores aciertos en el cuidado y sutil manejo de las imágenes.

Hay escenas de gran belleza de los patios y pasillos del colegio, que se asemejan al panóptico que describió Michel Foucault y transforman al film en un manifiesto sobre las relaciones de poder y el control sobre los seres humanos. También se destaca la actuación de Zylberberg y la reconstrucción de una época que está por adentrarse en los primeros años de democracia. El manejo de la tensión que genera la relación entre María Teresa y el jefe de preceptores Biasutto -interpretado por Osmar Núñez- mantiene al espectador siempre expectante.

La película también juega con la argentinidad a través de los himnos escolares, ciertas costumbres nacionales y algunas imágenes documentales de los años del Proceso. La historia es fiel a la novela de Kohan, pero Lerman decidió cambiar la escena final, dándole a la trama una vuelta mucho más violenta y un desenlace que no deja lugar a sutilezas y se contrapone demasiado con el tono contenido que venía desarrollando la película hasta el momento. Este cambio lleva a preguntarse por qué una gran parte del cine argentino suele tener la necesidad de no dejar finales abiertos ni dubitativos, hasta en un film lleno de matices. Pero más allá, de esta posible e innecesaria exageración final, La mirada... aborda el pasaje más oscuro de la historia argentina desde un lugar inusitado, repleto de logros estéticos.