La mirada invisible

Crítica de Diego Lerer - Clarín

La sociedad disciplinaria

La dictadura dentro del colegio, en un filme de Diego Lerman.

El silencio y los pasos. Lo primero que llama la atención –lo que mueve al recuerdo- es el vacío de los patios del colegio. Los chicos en fila, ordenados, avanzando por los pasillos tras cantar el himno y llegando hasta la puerta de la división casi como si fuera un desfile militar. Los rituales: tomar distancia, entrar ordenadamente, saludar, pasar lista.

La mirada invisible ubica enseguida al espectador en su escenario y su época.

Es el Nacional Buenos Aires pero, más allá de algunas cuestiones específicas, podría ser cualquier colegio estatal durante la dictadura. Los ojos de María Teresa (Julieta Zylberberg) son nuestra entrada en el mundo que narra la película, pero “la mirada invisible” no es necesariamente la suya. Si hay algún logro especialmente destacable en el filme, que lo transforma en una transposición literaria exitosa, es poder contar mediante la puesta en escena ese juego de miradas, de poder y de vigilancia (el célebre “panóptico” de Foucault) que se sucede en ese ámbito y, por consecuencia, en el país.

La mirada es de María Teresa, que decide que para hacer bien su trabajo debe espiar a los chicos hasta en el baño para ver si fuman. Pero también es la de Biasutto (Osmar Nuñez), temible jefe de preceptores que la ha elegido como discípula favorita (o al menos eso parece). Es la de los chicos, que observan la circulación de miedo, represión y participan en la del deseo, más oculta. Y la de los otros poderes que, sucesivamente, van observando, marcando y pautando las vidas de estos personajes. Esa cadena de miradas arranca en la macropolítica (Argentina, marzo de 1982, previo a Malvinas) y termina en una chica encerrada en un baño apretando su bombacha en la mano derecha.

El filme de Diego Lerman adaptado de la novela Ciencias morales de Martín Kohan es la historia de la relación perversa que se establece entre todos estos seres que miran y son mirados, pero especialmente la que hay entre María Teresa y Biasutto. Ella vive con su madre y su abuela, es una chica de 23 anos en extremo tímida y reprimida (se burlan de ella hasta sus colegas preceptores) y que va despertando a cierto deseo confuso que no sabe bien cómo manejar. Por un lado, hacer bien su trabajo, ser respetada por Biasutto. Y, por otro, saber más de esas vidas sexualizadas de esos chicos de 14, 15 años, que la movilizan de una manera que ella misma no alcanza a comprender muy bien.

El rol de Biasutto, si se quiere, es más clásico y prototípico, y tal vez el flanco más débil del filme: severo y rígido, capaz de repetir como mantra aquello de que “acá hay una guerra y hay que extirpar el cáncer de la subversión”, irá revelando con el correr del filme que su severidad disimula un deseo que, de alguna u otra manera, deberá canalizar.

El nuevo filme del director de Tan de repente , cuyo estilo es cambiante en cada filme y difícil de predecir, propone una mirada diferente hacia esos años de la dictadura: contar desde un micromundo, el clima, la tensión y el horror de una etapa que va llegando a su fin. Que esos alumnos, acaso, sean los actuales o futuros líderes políticos (o personalidades de influencia cultural) de la Argentina podría servir para entender tanto aquella época como la que vivimos ahora.