La memoria del muerto

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Cinco víctimas en busca de un autor

Suena en muchos lugares. Las nuevas películas de terror argentinas son cada vez más y, lo que es todavía más promisorio, todas demuestran algún grado de pasión, creatividad, talento, sensibilidad, ingenio, astucia y profesionalismo. Son organismos vivos, diría un biólogo, y están evolucionando. Nadie, felizmente, sabe hasta dónde pueden llegar. O quizá sí. El que más lejos lo hizo por ahora es Andrés Muschietti, un chico de Buenos Aires que con el gran productor mejicano Guillermo del Toro como padrino y Universal Pictures como compañía, rompió este año el mercado con su opera prima Mamá, que aquí en Córdoba hizo muy buenos números, y que globalmente multiplicó sus 15 millones de dólares de costo hasta convertirlos en más de 135 millones en recaudación.

Yendo a La memoria del muerto, es un largometraje dirigido y coescrito por Javier Valentín Diment, ambientado en el interior de una casa y su parque, donde un grupo de personas debe elegir si participar o escapar de un ritual planeado por la viuda de un amigo, ritual destinado a volverlo a la vida a través de un sacrificio múltiple.

Para empezar, La memoria del muerto no es un filme que juegue en las mismas ligas de Mamá, ni lo pretende. En cambio, como aquel filme, está conectado de modo subterráneo con toda la tremenda imaginación de terror, gore y cine de clase B que bajo el suelo nacional está haciendo brotar hacia el sol (o hacia una noche de luna llena) cosas cada vez más sorprendentes.

Diego Curubeto, eminencia en el estudio de este y otros géneros similares, da un muy buen punto cuando resuelve que la película es entretenida gracias a las escenas de abundantes sangre que aparecen en todo su recorrido.

Por fortuna, estas escenas no sólo son muchas, sino que además están muy bien resueltas en algunas ocasiones, en las que se lucen los aspectos técnicos como los efectos especiales, el maquillaje, o los distintos y a veces originales puntos de vista que puede adoptar el espectador.

También hay que hablar de los actores. Qué bien elegidos que están. Al primer vistazo, el espectador se percata de que el armazón sobre el que está montado el elenco son un puñado de caras conocidas de muy buenos actores de la televisión, como Gabriel Goity, Luis Ziembroski, Lola Berthet y Rafael Ferro. Oficio, claramente, no va a faltar, y los intérpretes formados en tiras o unitarios tienen otra característica distintiva. No llenan el espacio, o la pantalla, como un actor de teatro, pero tienen consigo el gen del realismo, ese colectivo detrás del cual la pantalla chica argentina casi siempre está corriendo.

En síntesis, una película que los fans del terror y el gore no querrán perderse, y que el resto del público, sabiendo más o meno lo que verá, puede elegir ver o no.