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Crítica de Lilian Lapelle - Cine & Medios

Detrás de las paredes

Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un millonario excéntrico y solitario, dueño de una afamada casa de subastas. Un experto en arte, capaz de diferenciar una obra autentica de una reproducción, pero según sus propias palabras: en toda falsificación hay algo de real.
Un día recibe el llamado de una misteriosa mujer, Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), quien ha heredado una antigua propiedad de sus padres con obras muy valiosas, y desea contratar los servicios de Oldman para evaluarlas. A pesar de ser un hombre malhumorado y de poca paciencia acude una y otra vez a citas donde la mujer no aparece. Cuando finalmente logra entrar a la casa para comenzar con su trabajo, ella solo se comunica con él por celular. Tanto misterio lo agota, pero de algún modo también lo atrapa.
Durante su trabajo en la antigua propiedad Virgil va encontrando pequeñas piezas de metal que llaman su atención; se las lleva a un experto con quien siempre trabaja, Robert (Jim Sturgess), quien descubre que son partes de un antiguo autómata, una pieza invaluable.
Cada visita a la casa es el encuentro de una nueva y rara pieza, y es también un paso más hacia esa extraña mujer que no se deja ver; pero de a poco ambos rompecabezas se van armando. Por un lado, el autómata; por el otro, la relación en donde va descubriendo a esa mujer, como si también estuviera desentrañando una antigua y misteriosa pieza de arte.
La película está rodeada de misterio, cada escena en la casa es como un viaje en el tiempo, y un viaje dentro de la historia de los complejos personajes.
La impecable estética refleja el inmenso amor que Virgil siente por el arte, se rodea de él y forma parte de cada segundo de su vida. La construcción visual sumada a la música de Ennio Morricone crean hermosos climas de intriga y misterio, pero también reflejan la enorme soledad y el desconcierto en el que se encuentra el protagonista.
La trama es extremedamente detallista, con el tiempo vamos descubriendo cada vez más piezas, tantas que por momentos nos perdemos y la historia se vuelve pesada.
Geoffrey Rush compone de forma excelente a un complejísimo personaje; Donald Sutherland también está a la altura de su composición, como un amigo que a veces lo ayuda a cometer pequeños fraudes en las subastas, el único que conoce sus secretos.
Como el "trompe l´oeil" pintado en la pared a través de la cual se comunica con Claire, esta historia es como desentrañar una extraña y antigua pieza de arte, donde lo falso se funde con lo real, y cada pequeño fragmento es parte de un todo.