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Crítica de Laura Osti - El Litoral

Entre la belleza de la perversión y el arte de lo grotesco

El italiano Giuseppe Tornatore (“Cinema Paradiso”, “Estamos todos bien”) sorprende con esta realización que combina la historia de una obsesión con romance, arte, intriga y misterio.

El protagonista, Virgil Oldman (Geoffrey Rush), es un excéntrico experto en subastas de objetos antiguos y obras de arte. Solitario y maniático, ha construido a lo largo de los años un imperio unipersonal. Tiene una mirada implacable y un talento infalible para descubrir objetos que todo coleccionista quisiera poseer y sabe cómo venderlos. Es un estudioso de la historia del arte y sabe mucho también de restauración.

El personaje tiene costumbres extravagantes que cumple como rituales y un carácter irascible que mantiene a todo el mundo a distancia. Pero algo irrumpe en su súper-ordenada vida para trastocarla de manera imprevista.

Una joven heredera reclama sus servicios para subastar los muebles y objetos antiguos que sus padres le legaron al fallecer, en una añeja finca ubicada en un pueblito de Italia.

Lo extraño del caso es que la muchacha, Claire (Sylvia Hoeks), solamente se comunica con él por teléfono y siempre encuentra una excusa para no acudir a las citas que ambos conciertan para establecer las pautas del contrato profesional. Oldman tiene un prestigio muy reconocido en su ambiente, donde hay consenso para considerarlo “el mejor” en el oficio. Cuenta con un aliado en sus negocios, Whistler (Donald Sutherland), un estafador que actúa como su cómplice encubierto en las subastas, pujando en un sentido o en otro, según las señas del jefe.

Whistler es un asistente indispensable, que le permite a Oldman obtener obras de arte valiosas a un costo menor y así ha logrado reunir un verdadero tesoro, en su lujosa y blindada residencia.

Oldman no es un mero comerciante, así como es frío y distante con las personas, es capaz de emocionarse profundamente ante determinadas pinturas u objetos antiguos cargados de historia, belleza y misterio.

El extraño comportamiento de Claire despierta en él sensaciones contradictorias, por momentos lo fastidia, lo exaspera, con sus idas y vueltas, pero no puede evitar caer en las redes de la curiosidad ante lo desconocido. El ambiente que rodea a Claire contribuye a aumentar el valor que su figura representa para el coleccionista. Una rica, joven y solitaria heredera de una fortuna en esa clase de objetos que él aprecia tanto.

El caso es que el maduro y experto rematador se enamora de la chica y ella parece corresponderle. Oldman se entusiasma tanto con esta inédita experiencia en su vida, que planea retirarse del oficio y disfrutar de su fortuna con Claire... pero el destino le tiene reservada una sorpresa para la cual no estaba preparado.

Sus planes se verán frustrados de una manera muy cruel que él, en su entusiasmo, no pudo ni siquiera imaginar.

De golpe, todo su mundo estructurado se desmorona, y el hombre, acostumbrado a ser un ganador prácticamente invencible, sufre un duro golpe del que casi no podrá recuperarse.

Pero mejor mantener en reserva los detalles de la trama porque el encanto de esta película de Tornatore es la magia del relato, que apoyándose fuertemente en una intriga psicológica, va tocando otras cuerdas que tienen que ver con los enredos de las relaciones humanas. Sentimientos, especulación, intereses, manipulación, confianza, traición, desconfianza, entrega, egoísmo, autenticidad, falsedad, más un poco de lo extraño (a veces rozando lo bizarro) infiltrándose por los entresijos de una vida vulnerable, al fin y al cabo.

La película reúne además una apreciable colección de obras de autores reconocidos de distintas épocas, que halagarían a cualquier experto o aficionado amante de las artes, y ofrece una magistral banda sonora a cargo del genial Ennio Morricone, más la impecable fotografía de Fabio Zamarion, conformando una propuesta que sale de lo común por su temática y su valor estético. Mereciendo una mención muy especial el trabajo actoral de Rush, que asume con gran profesionalismo la responsabilidad de ser la figura central de un relato exigente y lleno de matices.