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Crítica de Diego Serlin - Todo lo ve

Una reliquia singular

El reconocido director italiano Giuseppe Tornatore, creador de un icono en la historia del cine como Cinema Paradiso, vuelve a demostrar su maestría en ésta absorbente y fascinante historia que combina el drama romántico, el misterio y elementos del thriller en una trama que pareciera tener connotaciones de grandes maestros del suspenso como Polanski, Brian de Palma y ciertas resonancias Hitchcockianas.

La historia se centra en un reputado y excéntrico tasador y subastador de reliquias y obras de arte que lleva una vida obsesivamente rutinaria y solitaria, hasta que es contratado por una misteriosa joven que sufre de agorafobia para tasar y vender las obras de arte heredadas de sus padres.
La aparición de esta joven y su extraña enfermedad transformará para siempre la vida de este hombre que tiene un ojo privilegiado para distinguir lo auténtico de lo falso en lo referente al arte, pero no en lo referente a las relaciones humanas.

Desde el comienzo y con tono enigmático, Tornatore nos adentra en la intimidad de este tasador que solo se siente seguro en el universo que se ha creado y establece una drástica distancia emocional con el resto de la gente, envolviendo al espectador hasta hacer suya la fascinación de este personaje que colecciona de forma obsesiva retratos de mujeres concebidos a lo largo de siglos y disfruta en absoluta soledad.
A su vez, el relato va sembrando pistas que le permitirá ir mutando del suspenso al thriller y drama romántico, siendo el hilo conductor un misterioso autómata (recurso utilizado también como 'macguffin' en La invención de Hugo, de Martin Scorsese) que funciona como perfecta metáfora del personaje principal.

La magistral interpretación del actor australiano Geoffrey Rush (ganador del Oscar en 1997 por Shine y nominado en otras tres ocasiones, la última por El discurso del Rey), consigue hacernos empatizar con un personaje que desde el comienzo produce rechazo por su falta de humanidad e insensibilidad y luego logrará identificar al espectador con sus temores, sus preocupaciones y miedos, bastando muchas veces solo un gesto o una mirada para transmitir sus emociones.
La acertada elección de Sylvia Hoeks, interpretando un personaje que será ese oscuro objeto del deseo y cuya mayor parte del tiempo está fuera de campo, junto a secundarios de lujo como Donald Sutherland, funcionan como piezas de relojería en un guión tan astuto como eficaz.

La magnífica fotografía y una brillante utilización de los movimientos de cámara potencian la belleza de algunos escenarios y componen planos majestuosos, que sumados a la fabulosa banda sonora cautivan la atención del espectador en este intrigante y apasionante relato que va ganando en intensidad a medida que avanza y no deja de asombrar y sorprender hasta el final.

El relato de un amante de lo auténtico que, incapaz de expresar sus sentimientos en la realidad, idealiza el amor como una obra maestra y ama solo a través de las pinturas que colecciona, pero sucumbe ante un falso amor que será su obsesión y perdición.
Donde el inevitable paso del tiempo determinará si optó por la mejor oferta.