La medium

Crítica de Guillermo Colantonio - Funcinema

TERROR FORMATEADO

A no engañarse, el terror como género hace rato que se ha agotado. Y esto no necesariamente es culpa de la falta de creatividad ni de quienes hacen las películas. En todo caso, es el triunfo de un discurso modelado mediáticamente y sostenido por la tecnología (como condición sine qua non) para focalizar todo el asunto en los efectos, en el carácter perturbador de la exhibición de atrocidades y en el frenético uso de la camarita en mano. Hace unas cuantas décadas que es más importante el estímulo visual directo que el fuera de campo. Además, el cine perdió la batalla cultural y generacional frente a la televisión y a la Internet: cualquier forma que se precie de ser horrorosa está allí, al alcance de la mano. ¿Qué queda para la sala oscura? Poco y nada.

Obviamente, hay excepciones. Y también otros títulos a mitad de camino. Como ejemplo de esta última categoría, incluiría a La médium, película tailandesa del director Banjong Pisanthanakun, una sopa interesante de condimentos ya conocidos, pero que al menos se ocupa de no ofender a la vista, no subestimar al espectador y ofrecer un digno sacudón no apto para estómagos sensibles (los que se impresionan con esta clase de propuestas, o los que le exigen al cine los mismos lobbies de la actualidad).

El marco que elige el realizador es el falso documental. En el primer tramo funciona bien. La excusa es registrar las acciones de una mujer de cincuenta años llamada Nim, una médium bendecida por el espíritu de Ba Yan, la cual protege a la comunidad de los malos espíritus. Además de los testimonios, las locaciones naturales son captadas por la cámara con el reposo suficiente como para meterse en esos cuadros grisáceos de Tailandia, un espacio que parece perdido en medio del universo, con esa misteriosa belleza de aires orientales. Son momentos similares a los que nos han regalado tantos cineastas conocidos en los festivales y que permanecen suspendidos en un limbo de tensa calma. Poco faltará para el descenso a los infiernos.

La primera chispa surge cuando Nim viaja a ver a su familia a raíz del deceso de un pariente. Entonces, la protagonista ahora es su sobrina Mink, quien progresivamente evidenciará conductas inapropiadas, molestas, que ponen en jaque al núcleo hogareño. Los documentalistas tienen un motivo para desplazar el interés desde un enfoque antropológico al sensacionalismo de un caso real. El modo de registro cambia y se inicia una ensalada de ingredientes harto vistos en cantidad de exponentes genéricos cuya principal diferencia es la fuerza de ciertas escenas. Cuando la profundidad de campo aporta un dejo de ambigüedad a lo visto, se juega con lo mejor que puede ofrecer la propuesta. No obstante, a medida que transcurren los minutos, se cae en un callejón de lugares comunes. Esa misma cámara, pensada como dispositivo con distintas intenciones en un mundo de multipantallas, se resigna al juego del nerviosismo y revive la naturaleza del reality. Incluso, lo que en el tramo inicial calzaba como anillo al dedo (la idea del falso documental), se transforma en un lastre que linda con lo peor del género: la infantilización.

El resultado puede conformar a quienes buscan en el género solo el factor perturbador, logrado cada vez que la incertidumbre de entes invisibles invade un cuerpo. La ceremonia montada al final es cansadoramente demoledora.