La máquina que hace estrellas

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

La animación no para de crecer

En un país con tanta tradición gráfica no debería sorprender que empiecen a aparecer buenos exponentes del cine animado en formato largometraje. La máquina de hacer estrellas es la más nueva de todas, y a la vez un muy buen exponente del talento argentino.

Ambientada en algún lugar desconocido del espacio y del tiempo, está protagonizada por un grupo de extraterrestres enfrentados a un grave problema. La máquina que fabrica las estrellas que iluminan el infinito está a punto de apagarse. Detrás de esta conspiración se encuentra un malvado ser, que mantiene prisionero al padre del protagonista, un niño llamado Pilo.

Ante esta circunstancia, Pilo emprende un viaje hacia la máquina montado en una precaria nave estelar, dejando atrás a su madre, su abuelo y sus vecinos, y empezando a conocer a nuevos habitantes de las constelaciones, como robots o pequeñas criaturas luminosas de un poder impensado.

Esta película se exhibe solamente en 3D y hay que decir que vale la pena pagar el precio extra de la entrada, porque lo conseguido a través de esa técnica es de verdadera calidad. Sumado a esto, también en la faz técnica, está la excelente ambientación del espacio exterior, con sus asteroides, agujeros negros, nubes cósmicas y planetas, que serán un deleite para los más chicos. También el diseño de los personajes es destacado. Igual mérito se le reconoce a los efectos sonoros, e incluso a la música, que consigue integrar con naturalidad y sutileza el tango a este cuento infantil de ciencia ficción.

Mención aparte para el argumento. La historia está narrada de manera atrapante, con una lógica que no propicia distracciones y una buena carga de emoción. Tal vez le falte desplegarse en algunos subtemas o hacia detalles de esos que enriquecen los relatos, lo cual repercute también en esa especie de atmósfera silenciosa, carente de contexto, en la que accionan los personajes, por más que a veces lo hagan en grupo.

De cualquier modo, la animación argentina debe sentirse orgullosa de su quehacer, pues no para de crecer.