La maldición renace

Crítica de Fernando Alvarez - Clarín

Tras las películas de terror Ju-On, impulsadas por el cine japonés y que conocieron versiones estadounidenses, llega este “reboot” que toma una casa maldita como foco del terror. Y el grito gutural que fue una marca registrada casi veinte años atrás se impone con menor efectividad.

La acción de La maldición renace se inicia en 2004, en Tokio, con Fiona Landers (Tara Westwood), una enfermera estadounidense que huye despavorida del lugar y vuelve a su hogar en Pensilvania. Una nueva casa. Un nuevo comienzo, y una maldición que parece no tener fin y se extiende a todo grupo familiar.

El relato dirigido por Nicolas Pesce hereda el espíritu de la película original e imprime un clima de ribetes policiales que va y viene en el tiempo, e hilvana varias historias que parecen no tener conexión. Este rompecabezas fantasmagórico es investigado por la detective Muldoon (Andrea Riseborough), una madre soltera que cría sola a su pequeño hijo, vuelve a fumar mientras sigue una serie de extraños crímenes y cuenta con la ayuda del policía Goodman (Demian Bichir).

De este modo, desfilan por la trama un matrimonio de agentes inmobiliarios que espera su primer hijo; una pareja de ancianos (ella con demencia senil y encarnada por Lin Shaye, el rostro emblemático de la saga La noche del demonio) que comienza a experimentar cambios de conducta, y los miembros de la familia Landers, que cayeron bajo la maldición del espíritu violento.

La propuesta toma como punto de partida el filme escrito y dirigido por Takashi Shimizu en 2002 y dispara el terror hacia otras direcciones. Hay posesiones, un policía enloquecido (William Sadler) y, en ese sentido, se percibe el tono oscuro de Sam Raimi en su rol de productor, dentro del estilo de Posesión infernal.

El terror diurno que se ve al comienzo deja lugar a los ambientes cerrados y amenazantes con presencias que se deslizan en la oscuridad, entre habitaciones de niños y cámaras de seguridad.

Pero todo fue visto antes y mejor: desde la niña atemorizante que emerge de la bañera y monstruosidades varias que se mueven como “muertos vivos” a lo largo de una hora y media, en la que sólo se acumulan sobresaltos y pocos sustos. Una lástima porque la historia prometía más. Esta vez, el rencor de la casa queda ronco.