La maldición del guapo

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

Dos pícaros sinvergüenzas

La nueva película de Beda Docampo Feijóo (Amores locos), La maldición del guapo (2020), marca no solo el regreso a la pantalla de uno de los grandes directores del cine argentino, sino que además suma su ingreso al género de la comedia, rubro que hasta el momento le había sido ajeno.

El debut es por la puerta grande, con una estilizada historia filmada en España que cuenta con grandes detalles de producción y escenarios lujosos para realzar la entretenida trama que tiene a las estafas como eje central y disparador de todo, y el entrañable y a la vez imposible vínculo entre un padre y su hijo como excusa real de la narración.

En el arranque de La maldición del guapo conoceremos a Humberto (Gonzalo de Castro) un desfachatado personaje, de aquellos a los que suele sugerirse que en su soledad seguramente hablarían hasta con los objetos, al que Beda Docampo Feijóo le ofrece la oportunidad de ser descripto de una manera bien precisa, porque sabe, además, que en su gran talento reposará gran parte de la ecuación que propone.

Descripto como un seductor bon vivant, pero que esconde algunos secretos y que pese a esto sabe cómo convivir con sus propias mentiras, en el arranque el director sabe que compraríamos el relato desde la cálida interpretación que Gonzalo de Castro propone, ofreciendo en su porteño exiliado por obligación un logrado ejercicio de imitación de acento y frescura actoral.

Del otro lado estará Jorge (Juan Grandinetti) un joven empleado en una joyería a quien, en un lamentable descuido, dos mujeres le robarán en su cara unos aros valuados en un importe que ni siquiera puede imaginar pagar en mucho tiempo, por lo que deberá tomar la decisión de volver a hablar con su progenitor, con quien no dialoga hace años, contactándolo nuevamente para ver si un préstamo de éste le puede garantizar que no lo corran de su trabajo, sin saber, que es pedido de ayuda se convertirá en la reinstalación del vínculo padre e hijo que hace tiempo decidió no tener más.

Desde ese momento en el que Jorge y Humberto se reconectan, La maldición del guapo recupera un estilo de cine que en el humor, el gag, el choque de distintos, y en la elaboración de planes para “robar” o “estafar” permite desarrollar, además, un universo particular y en el cual las reglas están establecidas.

Para condimentar aún más todo, desde el inteligente guión, se incorporarán personajes secundarios que orbitaran a los protagonistas, como esa jefa de Jorge que sabe cómo acaparar la atención y negociar, una joven camarera que intenta conquistar a Humberto, una jefa de seguridad que está más atenta que nadie, otra joven más que coquetea con ambos y un amigo de toda la vida del protagonista que, en un pasado asociado a los servicios, acompañará a padre e hijo en un intento de solucionar las cosas.

Una cuidada paleta de colores, un vestuario que engalana a los personajes con lujos y estilo, y locaciones potentes, acorde al micro universo de la alta sociedad en el que se inmiscuirán para cerrar negocios, benefician este debut en la comedia de un realizador que con más de 50 guiones en su haber y grandes éxitos dirigiendo sus propias historias ha sabido capturar con precisión las vueltas y más vueltas que necesita este probado y efectivo subgénero.