La maldición de la casa Winchester

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Instrumentos de muerte

De una manera similar a lo ocurrido con Jigsaw (2017), la anterior película de los hermanos Michael y Peter Spierig, La Maldición de la Casa Winchester (Winchester, 2018) está bastante lejos en términos cualitativos de las tres primeras y muy interesantes propuestas de los realizadores, Undead (2003), Vampiros del Día (Daybreakers, 2009) y Predestination (2014), no obstante los alemanes se las ingenian para redondear un producto relativamente entretenido que acumula elementos en contra y otros tantos a favor en lo que viene a ser el estándar hoy en día en un cine mainstream demasiado uniforme (desde hace décadas resulta habitual ver cómo los rasgos autorales de los directores desaparecen en sus proyectos destinados al público masivo, la gran novedad contemporánea pasa por la ausencia de todo conflicto con los productores, indicando que la triste “comodidad del asalariado” venció al reclamo de antaño de verdadera autonomía para desarrollar la carrera artística en cuestión).

Con semejante título sólo debemos aclarar que la mansión a la que se hace referencia es la denominada “Winchester Mystery House”, una propiedad ubicada en San José, en el Estado de California, que durante décadas fue la residencia de Sarah Winchester (1840-1922), la jerarca de la Winchester Repeating Arms Company luego de la muerte de su marido William Wirt en 1881 por tuberculosis. Inspirada por el dolor a raíz de la desaparición de su esposo y el fallecimiento previo del único vástago de la pareja a los pocos días de nacer, Annie, Sarah comenzó a levantar la vivienda en 1884 y las obras no se detuvieron hasta el día de su deceso, generando una construcción mastodonte con muchísimas habitaciones que fueron edificadas bajo diseños de la propia mujer, sin la asistencia de ningún arquitecto. La leyenda popular de turno afirma que la señora creía que la propiedad estaba embrujada por los espíritus de todos aquellos que murieron bajo el fuego de los famosos rifles Winchester.

El previsible pero simpático guión de Tom Vaughan y los Spierig respeta este trasfondo e inventa el personaje del Doctor Eric Price (Jason Clarke), un psiquiatra pagado por la empresa para declarar demente a Sarah y así expulsarla definitivamente de la compañía, lo que desde ya funciona como una excusa para que nosotros lo acompañemos y conozcamos a Winchester (Helen Mirren), su sobrina Marion (Sarah Snook) y el pequeño hijo de esta última, Henry (Finn Scicluna-O'Prey). Aquí tenemos el clásico engranaje narrativo de “primero no te creo y después te creo” a medida que los fantasmas comienzan a pasearse ante los ojos atónitos de Price, quien a través de las charlas que mantiene con la mujer descubre que la infinita construcción del caserón responde a la necesidad de asignar una habitación para cada fantasma de un asesinado por las armas de la empresa de la señora, la cual recibe -en su carácter de médium- los bocetos para las mismas con la meta de ayudar a que las almas torturadas alcancen la paz. Como no podía ser de otra forma, algunos de estos espíritus se portan bien y otros se dedican a amargar la existencia de los vivos, dentro de este grupo sobresale un espectro particularmente agresivo que pretende matar a Sarah a toda costa, ya sea poseyendo a Henry o atacando a cualquiera que se cruce en su camino.

Los puntos en contra del film están condensados en el abuso de rutinarios jump scares, cierta redundancia estética símil gótico a lo Hammer, el pasado conflictuado e hiper remanido de los personajes principales y en general el motivo del “nene poseído” que ya se vio hasta el hartazgo en el horror. Ahora bien, los ingredientes positivos terminan ganando la pulseada porque -de hecho- son más numerosos que los negativos y en conjunto ofrecen una experiencia amable y bastante divertida: pensemos en el sugestivo dúo protagónico (Sarah percibe a los fantasmas y Price los ve por un episodio de su pasado cercano a la muerte), la idea de recuperar los santuarios de espíritus (esto de homologar la aparición con la necesidad de encerrar de inmediato al alma en pena), el excelente elenco (Mirren saca de taquito a Winchester y francamente sorprende lo bien que le sienta a Clarke este Price alcohólico, putañero y drogón, un personaje de por sí interesante porque es un psiquiatra que en la mansión bordea la locura) y finalmente ese enérgico último acto que pasa a complementar todo lo anterior (el relato hasta ese punto era un cuento severo con elementos irónicos, luego deriva en una linda montaña rusa a pequeña escala). Si bien uno como espectador hubiese querido una mayor participación de la bella y talentosa Snook, lo cierto es que la película es bastante digna y hasta incluye un sustrato antiarmas muy extraño para el cine -y la cultura- estadounidenses… aun así, la hipocresía norteamericana de siempre no deja de estar presente: tanto llorar a las víctimas de estos “instrumentos de muerte” jamás repercute en el cierre de la fábrica de rifles o una merma en su producción, utilizando de excusa eso de que las armas no son las que asesinan sino los hombres que las empuñan.