La mala verdad

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Domicilio en emergencia

La reciente desaparición del gran Alberto de Mendoza, coprotagonista de esta película; las noticias sobre violencia familiar de los últimos meses en los informativos. Todo parece una confabulación propicia para que el filme de Miguel Ángel Rocca, La mala verdad, referido al abuso infantil en el hogar, saque su rédito con el morbo del público.

Pero, se sabe, al argentino no le gusta demasiado ver en el cine los dramas que lo tocan de cerca. Para eso los vive en carne propia, o los tiene dentro de la casa, llegados por el televisor, que aunque sea un rato todos los días está prendido.

De cualquier forma, La mala verdad no es una apuesta ni una jugada oportunista. Es un recorrido de alto vuelo sobre la sociedad, la nuestra o la de otro país, para observar desde una perspectiva más evolucionada las zonas enfermas del tejido colectivo.

La historia habla de un abuelo que desmerece periódicamente la honra de su nieta (eso se sabe desde el comienzo), una dulce niña que comienza a mostrar síntomas muy reprimidos que sólo una joven psicóloga de la escuela es capaz de interpretar. Por suerte para la pequeña, esa terapeuta es alguien comprometido, que no ceja en su empeño de ayudarla, aun cuando deba chocar contra cientos de barreras. Vaya a saber cuántos casos distintos habrá en las calles.

No hay escenas inconvenientes en la pantalla, no hay golpes bajos. Poquísima violencia explícita. Pero sí una carga de alteración constante. Tal vez porque, de manera sutil, el argumento descorre algunos velos incómodos. Por ejemplo, sobre la falta de reacción del entorno: la madre, la nueva pareja de ésta, el tío de la niña, los responsables de las instituciones educativas, el poder judicial. Una inanición que es la que realmente preocupa, porque explorar sus causas no es fácil, y sí urgente.

El argumento está contado de modo impecable, entretenido y accesible para todo el mundo. Las actuaciones son magníficas, en especial las de la niña Ailén Guerrero, Alberto de Mendoza, Analía Couceyro y Malena Solda. La fotografía le hace su buen servicio al relato. La música da un clima acorde, y hasta la canción que hace de leitmotiv, Desarma y sangra, de Charly García con su ex grupo Serú Girán, parece compuesta para esta historia cuando se sabe que es mucho anterior en el tiempo.