La maestra de jardín

Crítica de Laura Osti - El Litoral

En la frontera de lo imposible

“La maestra de jardín”, del israelí Nadav Lapid, no es una película común, despierta sensaciones raras, incómodas, en el espectador, que se sentirá completamente desconcertado por un relato difícil de clasificar o encasillar en algún género.

Podría tratarse de un thriller psicológico, pero muy original. Como dice el título, narra el caso de una maestra jardinera que tiene entre sus alumnos un niño con una rara capacidad para recitar poemas de su autoría y que expresan ideas, imágenes y pensamientos que no encajan con la mente ni las experiencias de un chico de cinco años.

Yoav es un niño pacífico, está casi siempre ensimismado, serio, no es conflictivo, pero está rodeado de un halo de soledad y misterio que lo hace un poco diferente a los demás.

Nari, la maestra, es una mujer casada con un empleado del Estado con quien tiene dos hijos, el mayor está a punto de egresar como soldado del Ejército Israelí y la hija menor asiste a la escuela preparatoria. Es una familia normal, integrada a la comunidad. Pero Nari manifiesta en su conducta personal algunas fisuras que denuncian cierta inestabilidad, ciertas necesidades insatisfechas, algunas búsquedas que la llevan a interesarse por el arte. De hecho, asiste a un taller de poesía donde trata de encontrar un refugio para sus inquietudes, aunque no tenga muy en claro qué es lo que quiere ni cómo conseguirlo.

La cuestión es que al descubrir en Yoav esa extraña capacidad, se siente poderosamente atraída por ese niño raro, de modo que la maestra empieza a darle un trato preferencial y a tenerlo bajo una observación más inquisitiva que a los otros niños. Pareciera que Nari quisiera penetrar en la mente del pequeño para desentrañar sus secretos y sobre todo descubrir esa chispa misteriosa de donde provienen esos impactantes versos que surgen en cualquier momento y lugar y que si ella o su niñera no están ahí para anotarlos en un papel, se perderían irremediablemente.

Nari no vacila en atravesar algunas líneas éticas en la relación maestra-alumno, y presiona para investigar más sobre su vida familiar. Ella quiere tener a toda costa una relación más estrecha y más profunda con el niño, justificándose en su interés por custodiar y tutelar su talento nato por la poesía; ella lo considera un genio y llega a compararlo incluso con Mozart, y dice que en su entorno nadie le presta la atención que merece.

Pero poco a poco y de manera sutil, Nari va desarrollando una conducta fronteriza. Se comporta de manera extraña con su propia familia y parece poseída por un interés morboso que ocupa su pensamiento prácticamente de manera incesante. Se vuelve un tanto obsesiva, manipuladora y perseguidora, casi se la podría considerar una acosadora. Y llega a tensar tanto la situación que inevitablemente en algún momento estallará, como es previsible, cuando se trata de una relación anormal, que se sale peligrosamente de contexto.

Lapid se concentra en el personaje de la maestra y a través de ella, aleatoriamente, realiza una somera pintura de la sociedad israelí media, sus costumbres, expectativas y panorama colectivo, donde aparecen rasgos compatibles con cualquier otra sociedad capitalista moderna, con sus irritantes diferencias de estatus, su materialismo, sus respuestas fallidas a los problemas existenciales, pero con la particularidad de ser una comunidad que en apariencia es más organizada que cualquier otra.

Nari vendría a ser un emergente en ese mundo esquematizado y regulado rigurosamente, que pareciera aferrarse al pequeño Yoav como a una tabla de salvación que le abriría los secretos de la poesía, manifestación artística en la que ella deposita grandes expectativas, como si a través de ella se pudiera acceder a otro mundo, un mundo más profundo, lleno de vivencias iluminadoras y experiencias enriquecedoras.

Pero va demasiado lejos en su interés y, sin medir las consecuencias, lleva las cosas hasta lo imposible, sin terminar en un desastre completo solamente porque quizás sea ella la que demanda desesperadamente la atención de los demás, invocando tal vez la necesidad de una reconciliación con un mundo en el cual se siente cada vez más extraña. Lapid plantea muchos interrogantes pero no ofrece ninguna respuesta concreta.

“La maestra de jardín” es una de las películas menos complaciente que recuerdo haber visto, por lo menos, en los últimos tiempos.