La maestra de jardín

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Notable admiración por la libertad expresiva y un estupendo trabajo de Sarit Larry

Notable recurso el del director Nadav Lapid (sobrevalorado aquí por el BAFICI cuando lo premiaron por “Policeman”, 2011) en los primeros 8 segundos de éste estreno.

El pie ubicado en medio de la pantalla, sí, pero en el respaldo de un sillón con la cámara detrás del mismo en un encuadre con horizonte bajo, nos hace adivinar a alguien despatarrado mirando la tele. Cuando comienza un típico programa con panelistas, quien se incorpora es el esposo (Lior Raz). Al hacerlo, le pega un codazo a la cámara llamando a su esposa. Parece un error garrafal de principiante. Pero luego vuelve a ocurrir con otro movimiento del hombre. Esta vez se siente como un cachetazo. Es una toma subjetiva de Nira (Sarit Larry) pero también del espectador que recibe un golpecito despabilador para sacarlo del letargo. Un golpecito que ya es a propósito. ¿Lo hace el actor? ¿Lo hace el personaje? ¿El director? Tal vez sea el cine mismo que está pidiendo atención. Esta vez lo hace con “La maestra de jardín”.

En ese comienzo vemos un gran poder de síntesis. Una escena que resume claramente el cuadro de situación. Él mira un talk show, ella lee poesía. El desinterés con el que cada uno ve lo que le muestra el otro plantea una necesidad en el marco de la resignación. Acaso cierta desazón frente a la vida en general, pero sin recurrir a diálogos o acciones que sobre explican. Se ve y se intuye una vida de pareja en la cual (tal vez desde siempre) los intereses van por lugares opuestos. Esta no es una pareja que se lleva mal. Se quieren, pero están en piloto automático. El problema, el conflicto, es interno.

Pero todo esto que vemos en los primero cinco minutoes la tapa del libro. El contenido cala más profundo en la vida de esta mujer que trabaja en un jardín de infantes al cual asiste Yoav (Avi Shnaidman), un chico con, según ella, dotes naturales para la poesía. El niño entra en cierto tipo de trance y escupe versos que su niñera anota en un papel y luego guarda. Atraída por este talento, Nira asiste a un taller de poesía y cita como propios la prosa de su alumno ante la mirada crítica de sus compañeros y cierta admiración por el profesor del taller. La confirmación de su intuición la va involucrando cada vez más en la vida del niño, e iniciará un recorrido por su familia para despertar en alguno de ellos el deseo de fomentar y potenciar esta capacidad creativa de Yoav.

“La maestra de jardín” trata sobre las carencias y sus universos paralelos, como la esperanza, por ejemplo, para hacerle un lugar a la redención. Nira y Yoav habitan el mismo planeta, pero uno hace y el otro crea. Habla del sufrimiento por la falta de realización personal, pero también la urgencia por estimular a las próximas generaciones a vivir fuera de los mandatos. “Es un poeta en una época en la que el mundo odia la poesía”, dice la maestra. Una muestra insoslayable de la riqueza del texto cinematográfico.

“La maestra de jardín” juega a ser una (Nira), pero también a dejar que la subjetividad de la cámara contagie al espectador. Son varias, las tomas en donde la lente es, literalmente, la cabeza de la protagonista y en más de una oportunidad, pivotea para darle el marco que la rodea. Es como si Nadav Lapid deseara involucrar al espectador con el máximo alcance expresivo y de recurso que el cine pueda tener, empezando por una cámara que rara vez abandona la altura de un chico de cinco años, salvo en las subjetivas de la maestra pero que, en este caso, también se pone a la altura de los chicos.

Hay algunas situaciones paralelas a la relación inevitablemente parasitaria que la maestra tiene con su alumno. Se podrían llamar sub tramas (la situación con dos hijos mayores, la falta de deseo sexual con su marido y el despertar de otros como consecuencia, etc.), pero en realidad son otros aspectos del personaje que conviven en su microcosmos y condicionan sus estados (o los potencian, según como se mire). Por supuesto todas estas elucubraciones no serían posibles sin el estupendo trabajo de Sarit Larry y su economía de recursos expresivos, en un papel que da para el lucimiento de gestos, ella elige una austeridad que le hace muy bien al personaje y a la historia.

Una película con una notable admiración por la libertad expresiva, preciosa en su capacidad de explorar las emociones sin condenar ni juzgar la falta de sensibilidad en las personas aferradas a otros valores más mundanos y sistemáticos, pero sí con una mirada compasiva ante esa falta. El mensaje es esperanzador. Sólo hay que estar atentos… y leer.