La madre

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Angustia y poesía

Gustavo Fontán se centra en el vínculo entre una mujer perturbada y su hijo.

Gustavo Fontán, o mejor, Gustavo Fontán y su equipo, Diego Poleri en fotografía y cámara, Javier Farina en sonido, y Marcos Pastor en montaje, son algo así como orfebres del cine. Minuciosos orfebres. En La madre, como en El árbol, consiguen tallar un melancólico vínculo familiar y hasta darle forma al devorador paso el tiempo; al dejar de ser: con extrema belleza. Exploran, labran, capturan, centralmente, fragmentos de la cotidianidad: rutinarias tragedias. Instantes que "narran" con estilo minimalista, pero con estética impresionista; los encuadres, la iluminación, los sonidos no dan un marco: son la historia. Historia que se reformula en la percepción y la subjetividad del espectador. Podría decirse que las películas de Fontán se sienten (o no, cuestión de gustos); que funcionan (o no) de disparadores, como la poesía. Es el terreno más ecuánime para evaluarlas.

El árbol, en la que participaban los padres del director, tenía un registro cercano al documental: exploraba, serenamente, la vejez y la triste naturalidad del acercamiento de la muerte. La madre se centra en una mujer madura, solitaria, demandante, en creciente desestructura psicológica (Gloria Stingo), y en su hijo (Federico Fontán, hijo del realizador), que se debate entre separarse de ella y vivir su vida o en seguir sosteniéndola. Ambas opciones son dolorosamente ilusorias, y más con un padre ausente. Ausencia que en el filme cobra forma de salidas de la casa, de viajes cortos, de estériles búsquedas.

Fontán no guía ni subraya ni somete a los personajes a procesos de acción/reacción, ni a diálogos construidos con planos y contraplanos. Ofrece impresiones, muchas veces estáticas, contrapuestas o complementarias, que no cierran una trama: al contrario. ¿Hasta qué punto la madre está desequilibrada? ¿No manipulará al hijo, tras haber conocido a la pareja de él? ¿Se puede manipular sin desequilibrio? ¿Se puede establecer un vínculo patológico de dos sin que ambos estén enfermos? El fuera de campo y lo onírico -como un sueño de ella, narrado en off, mientras el hijo hace el amor con su novia- son elementos que se repiten y transmiten la opresión -física y mental- del muchacho.

La madre -es obvio e inevitable mencionar la influencia de Sokurov sobre la película- resigna parte de la naturalidad de El árbol. Es más dramática y formalmente más rígida: filmada con planos fijos, sin movimientos de cámara, acercándose por momentos a lo pictórico. Fontán y su equipo resaltan el clima crepuscular, otoñal, los sonidos que presagian tormentas -internas y reales-, y los contrastes entre el irrespirable interior de la casa y el luminoso y temible exterior, que por momentos se reduce a una ventana en medio de la oscuridad: un pequeño encuadre de oxígeno en un gran encuadre de asfixia.

Fontán y su equipo optan por el lirismo visual, las interpretaciones medidas, la luz natural y la ausencia de música. También por lo sugestivo, lo ambiguo y lo velado en un amplio sentido: imágenes difuminadas, duelos que recién empiezan, variadas despedidas.