La luz incidente

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Dolor en blanco y negro

El blanco y negro copa la escena en "La luz incidente". El contraste atraviesa la historia de Ariel Rotter, el director que llevó a la pantalla grande un relato familiar y supo ponerlo en foco con sutileza y sensibilidad. En un tono casi minimalista, el filme transcurre en una ambientación relajada, en una Buenas Aires lejana, allá por los años 60. Parece mentira que todo sea tan lejano, desde la radio a transistores hasta la cajita de música, el Fiat 1.500 y ese modo formal y cortés de relacionarse. Pero las expresiones de los protagonistas Erica Rivas y Marcelo Subiotto le dan proximidad a sus criaturas, con relaciones cercanas, reconocibles en cualquier pareja de aquella década. La trama desanda a partir de la pérdida. Es desde ese hueco por donde sangra Luisa (Rivas, impecable). Ella perdió a su hermano y su esposo en un accidente de tránsito y se quedó sola con sus dos hijas pequeñas. Esa herida no cierra. Luisa todavía plancha las camisas de su marido como si la tuviese que usar la mañana siguiente y sigue buscando alguna explicación que le justiquique lo inexplicable de dos muertes absurdas. No puede con su tristeza. Ni siquiera ante la presencia de Ernesto (Subiotto, en un rol sorprendente), quien no sólo le ofrece su amor, sino que también quiere darle el apellido a las niñas para que todo quede casi como era entonces. Las presiones sociales y el qué dirán que rodea a la esta familia pequeño burguesa irá arrinconando a Lucía, quien deberá tomar alguna decisión, más allá de su dolor. El corazón le hace trampas, por momentos quiere soltarse y tener algo de fuego pasional en sus días y hay ratos que desearía dormir y no despertar. Una película para ver y disfrutarla, lejos del color, y cerca del claroscuro, con o sin luz incidente.