La luz incidente

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Comprometida historia personal

Ariel Rotter trae esta trama de tintes autobiográficos, con grandes actuaciones de Erica Rivas y Marcelo Subiotto.

Hay algo que se impone de inmediato en La luz incidente, tercera película de Ariel Rotter (El otro, Sólo por hoy). El compromiso del autor con la historia que cuenta está a la altura de la realización y las actuaciones, cuidadas con fecunda obsesión.

No es una película fácil este filme de época, ambientado en los años ‘60, naturalmente en blanco y negro. Su atmósfera agobiante incomoda desde el principio, apenas da respiros en un bar de jazz. Y nos mete a todos en un duelo inconcluso, el de Luisa (Erica Rivas) que apenas puede llorar a su marido y a su hermano muertos mientras cuida a sus hijas en un mundo que se le revela difícil, adentro y afuera.

Pero aparece un hombre, el personaje de Marcelo Subiotto, que la enfrenta todavía más con ese duelo que no puede hacer. Es un tipo decidido, empuja y empuja sin escuchar jamás, se siente con poder para seducirla y con la necesidad manifiesta de reconstruir esa familia que asume propia.

Dos trabajos magistrales los de Subiotto y Rivas, cuyo personaje entra en un estado de indefensión y ansiedad apenas catalizado en el mandato familiar y cultural de la época. Y Subiotto es una locomotora, hasta para tocar la guitarra.

Si hace falta lo decimos, no es una historia de amor tradicional la que cuenta Rotter, es un camino posible, difícil, en el que los sentimientos nunca fluyen claros, en el que la empatía y la identificación hay que pensarlas más que sentirlas. Eso que la necesidad, el dolor contenido, el agobio, y la insistencia del pretendiente arman un cuadro del que fluye una dosis de realismo alarmante.

Es una historia personal la que cuenta Rotter, y por ello sus personajes están tan pulidos, por eso hay densidad en esos vínculos aunque sean nuevos. Se siente el impacto de la familia destrozada, la fortaleza enorme del personaje de Susana Pampín, la madre de Luisa, un dique de contención y calma para su hija perdida. Se vive esa fragilidad con parámetros de realidad. Tanto que queremos saber cómo sigue, qué pasó, qué vino en los años siguientes.

El gran trabajo de iluminación y de encuadres tiene la doble virtud de acompañar la atmósfera de un filme austero, con unas pocas escenas que parecen desmembradas unas de otras pero que ayudan a componer esta historia original en el conjunto, tan poco convencional y tan verosímil dentro de su narrativa certera y sin golpes bajos, que de algún modo deja ser y hacer a sus protagonistas, que entendieron bien de qué iba la historia, el tiempo, y los límites de aquéllos años difíciles.

Los fantasmas existen, a veces reviven, se vuelven reales con la luz, aunque sea en el cine.