La luz incidente

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

El dolor no siempre se expulsa a los gritos

No todo el mundo reacciona igual ante una pérdida como la que sufre Luisa, la protagonista de La luz incidente. Luego de un trágico accidente en el que su marido perdió la vida, debe afrontar la crianza de sus dos pequeñas hijas casi sin colaboración ni demasiados recursos. Apenas la ayuda su madre que, al mismo tiempo, presiona no muy sutilmente para que reconstruya su vida con una velocidad que no parece la más adecuada. Ariel Rotter (Sólo por hoy, El otro) ha declarado que La luz incidente es una película sobre la ansiedad, y la definición es pertinente. Porque al apuro de la madre que encarna con gran precisión Susana Pampín se suma el de Ernesto, un candidato que aparece sorpresivamente en la vida de Luisa y muy pronto se va transformando en otro problema para ella: los tiempos de los dos no son los mismos, y él parece no entenderlo cabalmente. Marcelo Subiotto consigue crear con mucha eficacia un personaje ambiguo, inquietante, que parece esconder algo detrás de su persistente cortesía. Una las virtudes de la película de Rotter es justamente su poder de sugestión. El director regula muy bien la temperatura de un relato que, por el asunto que aborda, podría haber sido incendiaria, alude veladamente al fatal accidente que dispara el drama y traza una sutil pintura de época sin recurrir a los subrayados, confiando en la perspicacia del espectador. Ambientada en la década del 60, la película también rememora cuál era el rol de la mujer en esa época, la Argentina de la proscripción al peronismo, el movimiento que en los años previos al golpe del 55 había impulsado los derechos femeninos a través de una de sus figuras más vitales, Evita. Todo parece lúgubre y angustioso en los días de Luisa, que reclama sin alardes su derecho al duelo. Pero inteligentemente Rotter equilibra ese tono gris -acentuado por la excelente fotografía en blanco y negro de Guillermo Nieto- con la aparición de breves pasajes de un humor leve e incómodo (las escenas de la lucha grecorromana y la fotografía familiar, con un Subiotto liberado y brillante) que permite que la película respire y al mismo tiempo revela el desconcierto que suele provocar el absurdo de una muerte inesperada. De reconocido talento para la comedia, Érica Rivas demuestra en este papel que también es una actriz dramática consistente, maciza. Su trabajo es potente y a la vez delicado, en perfecta sintonía con una película que entiende que el dolor no siempre se expulsa a los gritos.