La luna representa mi corazón

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

Ya desde algunas de sus obras anteriores Juan Martín Hsu, hijo de inmigrantes taiwaneses, había representado la experiencia migrante. En el cortometraje Diamante Mandarín (2015, integrante de Historias breves 10) mostraba a una familia China ante la amenaza de saqueo a su supermercado en plena crisis de 2001, mientras que en el largo La Salada (2014) se contaban historias de diferentes comunidades en la multitudinaria feria del Gran Buenos Aires. Para La luna representa mi corazón, Hsu retoma esta temática con algunas variantes. La primera es que lo hace desde el documental (o principalmente desde el documental como se verá después), pero la segunda y crucial es que esta vez lo hace desde su propia experiencia y la de su familia.

Así planteado como documental en primera persona, Hsu toma su historia familiar como objeto también para explorar y descubrir, ya que son varios los interrogantes y los puntos ciegos de una novela familiar en la que no faltan los acontecimientos trágicos y que el realizador va desmadejando en un relato en construcción. Los padres de Hsu vinieron de Taiwán para instalarse en la Argentina y tuvieron su propio restaurante, lugar donde nacieron y fueron criados Juan Martín y su hermano menor Juan Marcelo. Cuando el realizador tenia apenas cinco años sucede la muerte del padre en un episodio nunca del todo aclarado pero que todo indica se trata de un asesinato mafioso. La madre, que ya desde antes de la muerte del marido había manifestado su dificultad para adaptarse a la vida en Argentina, cuando los hijos ya son adolescentes finalmente vuelve a Taiwán mientras estos deciden quedarse en el país. Su reencuentro después de varios años es la excusa para intentar sacar algunas cosas a la luz.

Este reencuentro en el film se da en dos etapas, en dos viajes de los hijos a Taiwan. El primero en 2012 sirve como prólogo, donde vemos las imágenes que Juan Martin tomó con su cámara en aquel momento. Imágenes que evidencian cierta desprolijidad y también la imposibilidad entonces del realizador de enfrentarse a sus interrogantes y hablar abiertamente de ellos, algo que en un momento su hermano le reprocha. Y luego el segundo viaje, unos cuantos años después, ya con la intención de hacer una película aunque aún sin saber muy bien a dónde esta se dirige. En esta segunda oportunidad se evidencian ya no solo un planteo formal, sino una intención de ir detrás de aquello que lo viene cuestionando desde hace años.

Hsu llega a Taiwan con algunas ideas previas y hasta con unos guiones preliminares pero también necesariamente abierto a lo que puede pasar y la película va mutando con el correr de su propio transcurso. Las escenas familiares, los reencuentros, los momentos de pura cotidianeidad conviven con los de conflicto que el realizador no teme exponer como tampoco exponerse a sí mismo, como cuando muestra una discusión entre él y su hermano donde éste último manifiesta su decisión de no participar del film y donde el primero da cuenta explícitamente de lo que está película significa para él. Las revelaciones se suceden: La historia del abuelo secuestrado y torturado por el Kuomintang durante el gobierno de Chiang Kai-shek, la difícil vida de la madre en Argentina y detalles acerca de la muerte del padre. Un material complejo y de fuerte implicancia personal.

El realizador toma decisiones arriesgadas y así es como el film se transforma en un híbrido de documental con ficción, incluyendo un puñado de escenas de ficción con otros personajes migrantes a medio camino entre Taiwán y la Argentina. Escenas que al principio descolocan y parecen ajenas al contexto, pero que con el transcurso van tomando sentido en función de dar cuenta de otras maneras de la experiencia migrante, que incluye como compañera inseparable la del desarraigo. En ese cruce propio de esta experiencia, de doble pertenencia y también de ajenidad, es que se incluyen canciones de rock nacional (Charly Garcia, Soda Stereo, Luis Alberto Spinetta) adaptados al chino que al reconocerlas causan cierta gracia y a la vez producen un interesante extrañamiento.

Hay algo inevitablemente catártico y posiblemente terapéutico en la manera en que Hsu arregla cuentas con su pasado, pero si lo emotivo juega un papel principal, no por eso se cede al desborde. En tiempos en que se viene poniendo en cuestión qué es una familia, Juan Martín Hsu ensaya sus respuestas, que no están acabadas sino más bien en estado de descubrimiento y construcción, de una manera que se percibe sentida y honesta.

Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 36 edición del Festival de Mar del Plata (2021).

LA LUNA REPRESENTA MI CORAZÓN
La Luna representa mi corazón. Argentina/Taiwan, 2021.
Guion y dirección: Juan Martín Hsu. Fotografía: Juan Martín Hsu y Tebbe Schöningh (escenas de ficción). Edición: Ana Remón y José Goyeneche. Sonido: Nicolás Torchinsky. Duración: 100 minutos.