La leyenda del Rey Cangrejo

Crítica de Juan Ignacio Quiroga - Loco x el Cine

Con posible influencia del neorrealismo italiano, una historia que revaloriza los espacios naturales y resalta la avaricia del hombre por el poder.

Conocida en su idioma original como Re Granchio (The Tale of King Crab), nuestro protagonista Luciano (Gabriele Silli) se encuentra rodeado de personas que no lo comprenden, un amor que parece no corresponderle (interpretada por Maria Alexandra Lungu) y un tesoro oculto en un lugar inexplorable, cuasi inaccesible.

Sin embargo, no piensa darse por vencido tan fácilmente aunque parezca estar en una encrucijada todo el tiempo.

Escrito y dirigido por Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis, el ritmo es lento, pero efectivo. Necesario para comprender el trasfondo más allá del contexto visual. Dividido en dos capítulos, dos escenarios dispares que forman parte de un mismo viaje. Por un lado, La Italia de fines del siglo XIX, un castillo y su zona rural donde el contraste social no tardará en hacerse notar. Y por el otro, La Argentina en El Fin del Mundo, un sacerdote que esconde el mapa entre sus anotaciones hacia el oro mientras exploradores de edades y contexturas físicas distintas se dirigen al mismo rumbo.

Un film coproducido entre Italia, Francia y Argentina, cuyo score de Vittorio Giampietro nos marca el tempo de la acción entre instrumentos de viento y percusión. Mientras la fotografía de Simone D’Arcangelo juega con el contraste entre las locaciones internas y externas ante tonos fríos y cálidos, planos que simulan ser salidos de una pintura, el recurso del zoom-in y zoom-out (acercamiento y alejamiento) en los momentos de tensión y la imagen inicial filmada en doble exposición son los ingredientes que marcan un estilo, convirtiéndolo en algo personal.

También, hay que destacar la actuación de Dario Levy que podemos apreciar en el segundo acto, un hombre que suele quedar encasillado en diversos papeles que, en esta ocasión, es creíble sin caer en la exageración.

En fin, una película de 100 minutos que pareciera ser contada (quiero creer) entre trovadores y juglares de la tercera edad, pasando de generación en generación de manera oral. De ahí, en cierta forma, cobraría sentido el título.