La leyenda de Tarzán

Crítica de María Paula Rios - CineramaPlus+

Ya hemos visto miles de adaptaciones de Tarzán, el personaje creado por Edgar Rice Burroughs allá por 1912, a la pantalla grande, y esta tiene la particularidad de ser narrada desde el costado más aristocrático, más europeo del personaje. Al comienzo encontramos al hombre de la selva enfundado en un traje con su nombre occidental, John Clyton, hijo de la pareja de ingleses perdidos en la selva africana, viviendo en su mansión junto a su amada Jane.

Es como una especie de súper star en Inglaterra y África, todos los admiran por su historia pasada. De repente es convocado por el gobierno británico a concurrir al Congo para oficiar como una especie de embajador y reconocer los logros de su país de crianza. Detrás de estás mentiras hay planeada una trampa donde se pretende secuestrar a Tarzán, y así entregar su cabeza a un antiguo enemigo, a cambio de diamantes.

Cuando lo convocan al Congo, Tarzán reniega de su origen alegando que ya ha visto África y que allí hace calor. Uno de los grandes problemas del filme son los diálogos, dan escalofríos. Todo está tan bien pensado a nivel puesta en escena y se descuidan tanto las conversaciones. Hablan como si estuviesen sentados en un bar tomando una cerveza, en medio de una espectacular escena de una estampida de animales, o amenazados de muerte por miles de armas.

Corrupción, esclavitud y ambición son otros elementos que podemos encontrar en esta entrega correctamente contada, que de tan correcta aburre. La ambientación está lograda, también está presente el sentido de la aventura: el riesgo, los eventos inesperados y la acción; pero todo está tan calculado que se cuela la artificialidad, y en el mal sentido, porque nos encontramos ante un problema de verosimilitud dentro de este universo fantástico.

Skarsgard, a pesar de tener un cuerpo esculturalmente tallado y digno de la estampa de Tarzán, le falta pasión, salvajismo. Incluso con los animales, que son su otra “familia”, no tiene química. Con la única que se nota cierta atracción en pantalla es con Jane (Margot Robbie) y no se explota demasiado esa historia de amor, salvo al comienzo de la película que hay alguna escena pasional.

Por supuesto que hacia el final todo se acomoda, Jane tiene voz y voto, los malhechores terminan enterrados en su ambición y nuestro Tarzán, además de ser un acérrimo defensor ecologista, se reconcilia con sus orígenes africanos y se va a vivir al Congo con Jane y sus amigos de la tribu. Un cierre políticamente correcto más digno de la revista Billiken.

Por María Paula Rios
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