Ga’Hoole: La leyenda de los guardianes

Crítica de Federico Karstulovich - Otros Cines

Animación 3D, personajes 1D

De vez en cuando es bueno sincerarse: a la salida de la función privada de la película acordamos entre varios colegas críticos que si existe tarea ciclópea en el mundo del cine animado, esa es hacer que buhos, lechuzas y aves nocturnas sean material entretenido para una película con un público premeditadamente sub-11. Desde el vamos hay que darle un enorme crédito a Snyder: bailaba con la más fea. Y, si bien no salió un espectáculo deslumbrante, podemos decir que, tras el visionado de la película, el hombre salió airoso. Ahora, claro está, uno debiera preguntarse cuánto hay de efectividad en el relato en si y cuanto hay de recurso miítico multiplicado por cada centímetro de celuloide.

Bueno, la hipótesis es que La leyenda de los guardianes -cuando logra correrse de su parábola solemne del enfrentamiento al estilo Segunda Guerra Mundial, con Nazis concentracionarios defensores de la raza aria confrontados con Aliados demócratas “del Oeste”- encuentra sus mayores logros al apoyarse en dos cosas: su imaginario visual, que por momentos deslumbra y utiliza con inteligencia el 3D (por ejemplo en las escenas de tormenta, en las peleas, en las persecuciones y en los vuelos rasantes sobre el mar embravecido) y su arquetipicidad (si se me disculpa el bárbaro neológismo) en términos narrativos, es decir, su apego a las formas más depuradas del relato clásico.

Ahí se plantea la paradoja: es que por el camino visual Snyder sigue demostrando su talento y su voluntad de generar un cine físico, material, palpable. El otro aspecto, el arquetípico, sin embargo, muestra que aquello que es pan hoy, es hambre mañana. Y esto último se debe a un tópico clave: Snyder cuenta con arquetipos, con patrones míticos en los cuales reflejarse (desde El Señor de los Anillos a Star Wars, como para empezar…), pero que al mismo tiempo no puede explotar en profundidad ¿Por qué? Porque un arquetipo no es vacío, sino que es también un personaje. Y hete aquí el histórico inconveniente del formalista Snyder: sus personajes carecen de humanidad (ok, animalidad), de tridimensionalidad, de manera que una película como La leyenda de los guardianes pierde ahí donde debía dar el salto: hacer que lo universal sea tan único y especial que nos permite volver a identificarnos como espectadores. Mientras que en una película como 300 la hipertrofia de los personajes funcionaba como un comentario irónico sobre el arquetipo heroico, aquí el asunto es distinto, por lo tanto, merece un tratamiento diferente.

El resultado, en definitiva, parece compensar la ausencia de calidez (que aquí trasunta en solemnidad con desafortunadas interrupciones de comic-relief) y de volumen dramático apelando al despliegue visual y la memoria emotiva del espectador, que encontrará en el film los ecos de otros casos anteriores. Snyder comienza a encontrar una pared cada vez más alta y una señal de alarma: volver a confiar en los personajes o abandonarlos del todo.