La leyenda de Hércules

Crítica de Fernando López - La Nación

No en vano Renny Harlin fue repetidas veces candidato a ganar el Razzie correspondiente a la categoría dirección en los premios que distinguen cada año a lo peor de la producción. El hombre viene dispuesto a revalidar esos pergaminos y cuenta para ello con un presupuesto bastante generoso, con los suficientes efectos generados por computadora para abastecer a un relato épico lejanamente emparentado con la mitología, con un par de libretistas capaces de reinventarle nuevos orígenes al mismísimo Hércules y con un galán-modelo-carilindo que ha dejado atrás la pálida balleza vampírica de Crepúsculo para llenarse de músculos y lucirse en medio de un ejército de gimnastas como le cabe a un semidiós que se respete.

Del héroe más famoso de toda la mitología se conservan algunos detalles. Nada hay de los fastidiosos trabajos, pero éste sigue siendo hijo de Anfitrión y Alcmena, matrimonio, por cierto, muy mal avenido, aunque su verdadero padre, en realidad, es Zeus, que como se sabe aprovechó la ausencia del jefe de la familia para colarse en el lecho de la señora en una noche que Harlin concibe ventosa y febril. Este Hércules es hombre de una sola mujer, por eso sólo tiene ojos para la rubiecita Hebe, que es además la princesa de Creta. Lo malo es que también su (presunto) hermano gemelo Ificles -con quien nuestro héroe se lleva como perro y gato- se ha fijado en ella, lo que -sumado al despotismo del (presunto) papá humano de los dos- resulta ser origen de todos los conflictos. Habrá batallas, luchas cuerpo a cuerpo, torturas, venganzas, muerte; Hércules podrá sacar a relucir su fuerza sobrehumana (aunque en algún momento niegue su condición divina y se defina apenas como un hombre), en los combates se enfrentará a tropas innumerables (tan innumerables como lo hacen posible las computadoras) y llegará el momento en que el propio Zeus tenga que intervenir para que su hijo, convertido en una especie de Sansón de las pampas, pueda dispersar a una multitud de rivales a boleadora limpia. El ridículo está ahí a un paso, pero Harlin se toma todo demasiado en serio como para que el ridículo promueva la risa.

Como se ve, lo que nunca llega es la oportunidad para el director haga honor a su presunta fama de experto en escenas de acción. En cambio sí se ve que la lucha más dura que deben enfrentar los actores es contra los torpes diálogos que el guión les hace pronunciar.