La La Land

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

“La La Land”: un musical con más ángel que calidad

Como las personas, hay películas que nacen con estrella. Tienen algo que les hace caer bien, que despierta simpatía en mayor o menor grado. La gente las envuelve con una sonrisa, celebra sus encantos, minimiza sus defectos y limitaciones, le abre parte de su corazón. Quizás el amor no dure demasiado, pero aun así se mantendrá el recuerdo agradecido.

Eso pasa con esta película. No es la octava maravilla, puede que al encenderse las luces alguien se muestre medio escéptico, pero aun así, cada vez que escuche su melodía, o viva algo similar a sus personajes, sentirá ese puchito de simpatía que no se apaga fácilmente contra el suelo. ¿Por qué ocurre eso? Es el misterio de las elegidas por la suerte. Lo mismo que a las criaturas de su historia, que es la de dos soñadores en la ciudad de las ilusiones.

Ahí llegan decenas de jóvenes dispuestos a comerse el mundo. Lo vemos en el prólogo, un notable número coral (Mandy Moore, coreógrafa) de perfecta coordinación, a puro plano secuencia. Ahí se verán los protagonistas por primera vez. Ahí alguien va a contarnos lo que pasará a lo largo de las cuatro estaciones de un año: el invierno de los esfuerzos, la primavera, el verano del romance, luego el otoño, luego un salto. Ella, mesera que sueña ser actriz como las del viejo Hollywood. El, pianista que sueña recuperar el local donde tocaron los viejos maestros de jazz, y recuperar esa música. Se alentarán, se exigirán mutuamente. El triunfo ha de llegar, ¿pero juntos o separados?

"La La Land", nota musical, iniciales de Los Angeles, tierra donde asentarse, está contada con evidente fluidez, con mano hábil y conocedora de las tradiciones del cine musical, pero mejor aun conocedora de la vida. La música es agradable, sus intérpretes (Ryan Gosling, Emma Stone) se hacen querer, en fin. Hay algún bache en el medio, pero se recupera con una buena vuelta de tuerca y una fantasía final inesperada, elegante, melancólica y acertada. Claro que ese momento no llega ni de lejos a las dos películas cuyos desenlaces supone homenajear ("Un americano en Paris" sin suficiente despliegue y "Los paraguas de Cherburgo", sin intensidad melodramática) pero afloja los corazones. Difícilmente el realizador Damien Chazelle haga otra película de tan buena estrella como ésta.