La La Land

Crítica de Mariano Patrucco - El Lado G

Un bellísimo musical, perfecto desde lo técnico con grandes actuaciones. Capaz de emocionar y entretener a cualquier espectador que guste del buen cine.

El director Damien Chazelle es un hombre apasionado por el cine y la música. Antes de dedicarse a las artes visuales se formó como baterista de jazz en Princeton, pero su carrera musical no prosperó. Decidió volcarse de lleno a la cinematografía y tuvo un gran debut con Guy and Madeline on a Park Bench (2009), un drama musical teñido por el jazz. Más tarde escribió el guión de Grand Piano (2013), un thriller psicológico sobre un pianista con miedo escénico que es amenazado por un francotirador, si falla una nota ese será su último concierto. En 2014 llegó su consagración con Whiplash (película ganadora de 3 premios Oscar), drama sobre la enfermiza relación entre un joven baterista de jazz obsesionado por quedar en la historia y su abusivo profesor. Su rotundo y repentino éxito lo convirtió en un nombre codiciado en Hollywood, y con su más reciente película parece conjugar todos los elementos y tópicos que lo entusiasman: el jazz, los musicales y la búsqueda del éxito.

La La Land sigue la historia de dos personajes: por un lado tenemos a Mia Dolan (Emma Stone) una aspirante a actriz que hace 6 años va pasando de audición en audición sin poder conseguir un papel donde demostrar su evidente talento. Del otro lado está Sebastian Wilder (Ryan Gosling), un fervoroso y apasionado pianista de jazz que no consigue un trabajo estable. Ambos tienen grandes sueños por cumplir: Mía quiere protagonizar un unipersonal de teatro y Sebastian desea abrir un club donde pueda tocar la música que ama (el “jazz verdadero”).

Ambos se cruzan en varias ocasiones y florece el romance entre ellos; una relación sincera donde cada uno se preocupa por la felicidad del otro. Juntos van a apoyarse y darse ánimo para poder lograr aquello que los desvela. Porque La La Land también es una historia de amor por la vocación, la pasión por realizar lo que uno sueña y desea con todo el corazón.

La película es perfecta en todo aspecto técnico. La La Land hace una hermosa utilización del color que destaca aún más su muy cuidada fotografía. El diseño de producción y vestuario logra infundir al film con el espíritu y la estética de los grandes clásicos musicales de la edad dorada de Hollywood, a la vez que el relato moderno hace que todo se sienta actual y fresco.

Todos los números musicales están bien logrados (excelente trabajo de la coreógrafa Mandy Moore), y hay para todos los gustos. Desde el que inicia la película —multitudinario y espectacular— hasta el zapateo de tap entre Mia y Seb con un increíble atardecer de Los Angeles detrás. La La Land no abusa de estos momentos, sacándolos de la galera a cada rato como los malos musicales, sino que utiliza las canciones como un mecanismo más para impulsar la trama. Esto logra una narración prolija y fluida, donde la historia no clava el freno de mano cada vez que alguien se pone a cantar.

La pareja protagonista merece un párrafo aparte. Mucho ya se ha dicho sobre la increíble química en pantalla que tienen Emma Stone y Ryan Gosling, pero en esta película es donde verdaderamente se demuestra. Mia y Sebastian conmueven y hacen reír al espectador. El guión dota de alma a los personajes, no son simples construcciones acartonadas por clichés, se sienten como personas comunes en un mundo real. Bailan y cantan muy bien, pero lejos están de ser Ginger Rogers y Fred Astaire, no son dos personas normales que se convierten en dioses de la canción bendecidos con el don del ritmo ni bien la música empieza a sonar. Chazelle creó personajes con los que uno puede empatizar e identificarse.

Gosling encarna a un fanático y apasionado conocedor del jazz que sufre al ver como los grandes exponentes del género van desapareciendo poco a poco. Hasta aprendió a tocar el piano (y muy bien) para la película. Emma Stone se pone en la piel de una actriz de gran talento que nunca tuvo su gran momento para brillar, con audiciones que falladas e interrumpidas o papeles que van a parar a intérpretes más jóvenes o bellas. La La Land glorifica a la ciudad de Los Angeles a través de lo estético, pero la defenestra en el discurso, mostrándola como una ciudad de sueños rotos y corazones tristes donde (y en palabras de Sebastian) “se venera todo y no se valora nada“.

La La Land es una película que merece ser vista en la pantalla grande, seas o no aficionado al género musical. Un romance clásico y bien contado que no cae en cursilerías de manual o golpes bajos para emocionar. Con la combinación justa de clasicismo y modernidad, canciones pegadizas y coreografías excelentes sumadas a una dupla de protagonistas con mucha química, el film apela al soñador que todos llevamos dentro para conmovernos, a la vez que nos recuerda que para cumplir nuestros deseos a veces hay que hacer concesiones.