La jugada maestra

Crítica de Martín Pérez - DiarioShow

Rompiéndose el mate

“La jugada maestra” retrata la vida del extraño y paranoico Bobby, desde su niñez hasta la consagración como campeón del mundo en el ajedrez. Ilógicamente, el papel del protagonista (Tobey Maguire) se centra en sus problemas mentales, y no especifica nada sobre su genio

"Hay más jugadas posibles en un juego de ajedrez que estrellas en la galaxia. Así que sólo eso puede llevarte a un abismo”, dice el sacerdote Bill Lombardy (Peter Sarsgaard) intentando justificar a su compañero y colega en el ajedrez Bobby Fisher (Tobey Maguire). Con esa premisa arranca “La jugada maestra”, filme que retrata la vida del extraño y paranoico Bobby, desde su niñez hasta la consagración como campeón del mundo en ese deporte.

Desde pequeño, Fisher mostró avidez y disciplina para el juego de estrategia por excelencia, aunque el retrato que se nos va planteando es el de un joven más tosco que inteligente. El ajedrecista crecerá en plena guerra fría y sus mayores enemigos serán los integrantes del equipo de la Unión Soviética -que dominan por completo las primeras posiciones mundiales- y su cabeza, que comienza a hundirlo en la paranoia a medida que su juego evoluciona.

En la superficie

Una historia clásica en el acervo hollywoodense, que se enfoca en las mentes brillantes pero que evita, por ser políticamente correcto, o cuestiones simplemente comerciales, socabar en temas profundos. “El código enigma” y “La teoría del todo” fueron los exponentes más cercanos en el tiempo, y “Una mente brillante”, protagonizada por Russell Crowe, el más significativo en la narración de biografías en clave americana. En 2002, el filme que ganó el Oscar a mejor película obvió tocar el tema de la bisexualidad de John Nash, su protagonista. En esta ocasión, ilógicamente, el papel de Maguire se centra en sus problemas mentales, y no especifica nada sobre su genio, más que el aplauso de su oponente al verse en problemas en su partida contra él. Su forma de jugar, considerada agresiva y novedosa a la vez, no es un punto importante para el director Edward Zwick (“El último samurai”, “Diamante de sangre”) y allí falla. Sólo vemos un loco sobreactuando con un entorno indiferente a su problema y que lo deja ser, haciendo que sus problemas empeoren.