La invocación

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La culpa es del fantasma

La invocación comete la misma equivocación de muchas películas de terror: traicionar su propia sutileza narrativa al final.

Ya ha sucedido tantas veces que puede decirse con una fórmula de digestión rápida: Invocación es una buena película de terror que se arruina al final. El problema es que se arruina realmente, se arruina tanto que hay que hacer un esfuerzo para admitir que los 75 minutos anteriores al colapso son una exhibición de virtuosismo narrativo en el manejo del suspenso.

Ni siquiera para equivocarse resultan originales el director y el guionista: el instante fatídico se produce, por supuesto, cuando se expone el origen del mal y toda la tensión acumulada se libera en la imagen de un espectro cuyo diseño parece una versión animada del tatuaje de una parca. Sin bien se lo ve venir por insinuaciones previas en las escenas de alta tensión, la cámara consigue mantenerlo en una especie de neblina visual durante un buen rato, lo cual evita la frecuente decepción que producen los fantasmas surgidos de los departamentos de efectos especiales.

Como si el desastre no fuera suficiente, el autoboicot se complementa con un flahsback explicativo que termina de apagar la posible tercera estrellita de nuestra calificación. En menos de medio minuto el espectador conoce con lujo de detalles qué sucedió en la casa embrujada y por qué. Y ese conocimiento, claro, no hace más que confirmar las líneas más obvias del argumento y sepultar todo posible misterio.

Indigna ese final justamente porque lo precedía una historia bien contada, que se permitía una levísima sonrisa reflexiva sobre el género (al menos en la presentación y después en la coda) y a la vez prometía un desarrollo paralelo de la trama sobrenatural y la trama romántica de la pareja adolescente protagónica (Harrison Gilbertson y Liana Liberato).

Un rasgo de inteligencia del guion consiste en concentrarse en el vínculo sentimental entre estos dos personajes. Él, Evan, es el hijo mayor de la familia que compra la casa maldita; ella, Samantha, vive con su padre borracho y abusivo en una casa cercana. Juntos (y enamorados) empiezan a explorar el pasado oscuro del lugar e intentan comunicarse con los muertos que los rodean.

La belleza despojada con la que se muestra esa relación es digna de otra película. Hay un diálogo nocturno –frente a una pileta de natación llena de agua sucia y medio congelada– que vibra con la intensidad de un poema. Sin duda esa carga de sentimientos tiene el sentido funcional de que la tragedia se vuelva más cruda e insoportable a la hora de la verdad.

Hubiera sido perfecto si en vez de concluir de manera efectista, Invocación concluyera con una escena patética, acorde con sus premisas y sus promesas iniciales. Pero tal como ha quedado, lo que había ganado con el amor lo termina perdiendo con el terror.