La invención de la carne

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

El cuerpo en cuestión

En el libro ¿Qué es el cine moderno?, Adrian Martin, el lúcido crítico australiano, intenta recuperar una distinción válida y necesaria para pensar el cine contemporáneo: la diferencia entre un cine de prosa (narrativa) y un cine de poesía, conceptos acuñados por Pier Paolo Pasolini. Dice: “El cine de poesía, tal como él lo define claramente, podría ser algo como un torrente libre compuesto por imágenes y eventos sonoros, similar a cierto cine de vanguardia”.

Los primeros 20 minutos de La invención de la carne, la película más radical del cineasta cordobés más reconocido en el mundo, son misteriosos y poéticos. ¿Qué estamos viendo? Los primerísimos planos de un cuerpo se desmarcan del modo canónico en el que suele retratarse nuestra evidencia material de que existimos. Los pliegues de la carne, la piel como superficie, las extremidades desvinculadas de sus usos, incluso un plano detalle de una vagina constituyen una tesis: el cuerpo humano es un accidente evolutivo (y teológico).

María (Umbra Colombo) y Mateo (Diego Benedetto) son los personajes centrales. Ella está dispuesta a entregar su cuerpo como objeto de placer ajeno y escrutinio médico. Poco sabemos de ella, excepto que es estéril física (y metafísicamente). María fornica con extraños para conjurar su catatonia espiritual y visita hospitales como si fuera el pretexto de una ocupación. Allí conocerá a Mateo, una criatura atormentada y solitaria cuyos padres lo han ubicado en un departamento con cuidadora incluida. Homosexual y obsesionado por la paternidad, Mateo no encuentra alivio ni en sus estudios ni en el sexo ocasional, aunque practicar natación parece liberarlo. En algún momento María y Mateo emprenderán juntos un viaje no exento de sorpresas.

Si a una poesía no se le exige ser entendida, el cine de poesía supone una destitución del señorío del argumento y la apuesta por una experiencia sensible en donde sonido e imagen se mimetizan y materializan los estados psíquicos de los personajes. Los planos de Loza se sienten, y, si se quiere, el medio (es decir la forma) es el mensaje. Es por eso que las elecciones cromáticas y los planos cerrados del inicio se van sustituyendo por planos más abiertos y coloridos hacia el desenlace.

Si la angustia extrema de los personajes es superada, eso se ve, no se dice. De allí, la belleza plástica de muchas secuencias, como los planos acuáticos en los que Mateo intuye en la movilidad bajo el agua una libertad de la que carece en la superficie. El prodigioso diseño de sonido y el hermoso motivo musical de Christian Basso intensifican sensualmente el desamparo y el reparo.

Visceral y metafísica, La invención de la carne puede ser contemplada como un poema visual sobre la piedad. Su difusa iconografía cristiana no rivaliza con su materialismo filosófico, más bien se combinan para expresar el carácter accidental del cuerpo y el deseo táctil de redención.

Para quienes estén dispuestos a ver un filme radical.
Una virtud: creer en las imágenes.
Un pecado: la secuencia policial.