La invención de Hugo Cabret

Crítica de Julieta Aiello - Indie Hoy

Spoiler Alert! Si hay algo que podemos decir de la nueva película del gran Scorsese es que no ha pasado desapercibida: desde antes de su estreno el film causó curiosidad y posterior a éste arrasó con la premiación de los Oscars; ciertamente, podemos decir, de forma merecidísima. Hugo (Martin Scorsese, 2011), va un paso más allá y desafía al espectador de diversas maneras al tiempo que le ofrece un mundo al que resulta imposible resistirse.

Hugo (Asa Butterfield) es un huérfano que vive en la estación de trenes de París y que, a partir de la muerte de su padre se ve envuelto en una aventura para descifrar el misterio del autómata que éste le dejó. En la aventura lo acompaña Isabel (Chlöe Grace Moretz), una niña que parece poseer la clave que lo lleve a descubrir el enigma.

Podemos decir que Hugo se convierte en una excusa para realizar una biopic. Scorsese nos cuenta la vida y obra de Geroge Mélies (Ben Kingsley) de forma camuflada y desde la excusa del misterio del autómata. Si bien esto parece ser el punto central del film, en mi opinión, todo termina resumido en la vida del innovador cineasta y es ésta la que nos disipa todas las incógnitas. La obra de Mélies es la llave que desentraña el enigma. Esto hace que la historia tenga varias puntas y que por momentos no sepamos exactamente cuál es el tema central. Pero podemos decir que el film se resuelve de forma muy inteligente, conectando cada parte de la historia con el tópico de la magia. Toda la explicación necesaria (sobre el autómata, el cine, la vida de Mélies, etc.) reside en lo mágico.

En un primer momento parece un poco desorientadora la historia, porque no sabemos exactamente a dónde nos llevan, pero al instante que aparece el personaje de Mélies y todos los signos alusivos a su obra cinematográfica, la película cobra forma y cierra de inmediato todos los cabos de una manera maravillosa. Es la vida y el trabajo de Mélies, sus aportes al cine lo que nos explica todos los interrogantes, es por eso que considero que es una biopic, sólo que contada de una forma muy poco tradicional, casi circunstancialmente.

El film se presenta como un gran estímulo visual permanente: asistimos a un despliegue de técnicas que se orientan a perpetuar la magia que esconde el cine. Sólo por estar hecha en formato 3D ya nos sumergimos en una atmósfera onírica que se completa con los alucinantes vestuarios, la terminal de trenes de ensueños y ese fascinante París de los años ’30. Estéticamente estamos frente a una obra maestra y muy finamente cuidada.

La estación de trenes es un espacio que se comporta como personaje indispensable en la película. Mientras Hugo observa todo desde un enorme reloj, vive las peripecias de la rutina que es lo que le agrega el tono cómico al film: el malhumorado inspector de la estación (Sacha Baron Cohen) que persigue a los huérfanos e intenta conquistar a la florista (Emily Mortimer), el enamorado de Madame Emilie (Frances De La Tour) con sus acompañante caninos, etc. La estación es el mundo al que Hugo está reducido hasta que aparece la aventura que lo lleva a viajar en el tiempo, conocer sobre los orígenes del cine (que son exhibidos de forma muy didáctica para el espectador), sobre literatura y sobre la magia detrás de todas las cosas.

Dos niños buscando una aventura que los lleve a descubrir el misterio, hace ingresar al espectador en la ésta, vivirla desde la mirada infantil que se convierte en un espacio fundamental dentro del film. Martin Scorsese, cual mago, nos invita a explorar, desde los ojos de un niño, el maravilloso mundo del cine, los misterios que éste encierra y la magia que lo devela todo. La magia es el principio, el enigma y es también la solución. Encontramos la magia detrás de cada invención.