La invención de Hugo Cabret

Crítica de Emilio A. Bellon - Rosario 12

En busca de aquellos mágicos orígenes

La vida de un jovencito muy imaginativo, escondido en una estación de trenes, que logra conmover los recuerdos y sensaciones más remotos de la niñez. Una melancólica y reparadora historia de amor en la París de los años '30.

"¡Pasen señoras y señores, y vean...están invitados los niños, pasen ya!". Esta era una de las voces que a diario se escuchaba, cuentan las crónicas de época, en las puertas del Teatro Robert Houdini de París, ya sobre el final de la tarde, en los últimos años del siglo XIX, cuando aún todavía la Torre Eiffel no había encendido sus luces. En su interior, el mago, el ilusionista George Méliès, orquestaba hipnóticas pruebas de encantamiento con reflejos de espejos, luces de velas y telones negros.

Y allí estaba el público, expectante, asombrado, reviviendo esa magia que les había sido propia a través de tantas noches pobladas de cuentos infantiles, de historias de hechicerías, de fantasmas, de niños embarcados en riesgosas aventuras, de viajes a los confines del mundo.

Ya en el inicio de esta nueva década, a cien años del estreno de uno de los últimos films de George Méliès, La zapatilla prodigiosa, Martin Scorsese nos propone recuperar la capacidad de maravillarnos como aquel espectador de antaño, a través de una aventura que invita a que redescubramos a ese niño que nos habita, para que nos dejemos transportar a ese universo literario creado desde la pluma de Charles Dickens, Víctor Hugo y Julio Verne; para arribar desde la estación de trenes de Montparnasse, en el París de los años '30, a los pasadizos secretos de los sueños que pendulan en historias del pasado.

El celebratorio film de Scorsese no oculta en más de un pasaje su exposición didáctica respecto de la figura de Geore Méliès, con el ánimo de que su film pase a ser considerado un legado generacional. La película se abre desde ese personaje huérfano llamado Hugo Cabret que habita de manera clandestina un espacio secreto de esa abarrotada y cósmica estación de trenes, atendiendo el funcionamiento de los relojes, poniéndoles en horas, moviéndose en una rutina de engranajes, divisando el mundo desde los cuadrantes, entrando y saliendo de allí mediante escapadas y artimañas, huyendo de las botas y silbatos de un violento guardia de estación. Y al mismo tiempo, tratando de cumplir y completar el sueño de su padre, siguiendo paso a paso su cuaderno de notas y diseños para dar vida al Autómata. Este es un personaje que parece asomar desde la silueta de Oliver Twist. Nuestro joven protagonista, de pantalones cortos, poco a poco, y desde diversas acciones marcadas en diferentes tonos, llegará a ese espacio que nos conecta con la galera y el universo de artificios y trucos de George Méliès, quien tras haber asistido a la primera función de los hermanos Lumiere, y de recibir una irónica respuesta sobre el futuro del cine, realizó cientos de films durante toda la primera década del siglo XX. Sobre el destino de esta saga, el film de Scorsese, ofrece al telespectador una meláncólica y reparadora historia de amor muy bien contada.

Basado en la novela gráfica homónima de Brian Selznick, editado en el año 2007, el film del director Martin Scorsese escenifica su condición de cinéfilo desde un procedimiento tecnológico que hoy está particularmente extendido, el sistema 3?D.

Ya, desde muchos meses antes del estreno, defendía su implementación en este film y recordaba el impacto que como espectador, a la edad de once años, había experimentado ante el estreno de Museo de Cera, de André del Toth, con ese gran ícono del género que es, fue y será Vincent Price. Ante el fallecimiento de éste, días después del rodaje de El Joven ManosTijera, de Tim Burton en el '90, Martin Scorsese contrató a uno de sus compañeros del género para interpretar al Sr. Labisse, el bibliotecario que les abrirá las puertas de un fascinante mundo de lecturas a Hugo y a su compañera de esas inquietantes aventuras, Isabelle.

Como asistente durante el rodaje, Martin S. contó con la guía de su hija de doce años, a quien el realizador, quien ha presentado en estos días un film sobre el compositor e intérprete George Harrison, le preguntaba sobre el itinerario a seguir, dudas, comportamientos, respuestas, reacciones, de sus dos jóvenes protagonistas, Hugo e Isabelle. Desde la situación de ambos, el mundo se presenta como un mapa a explorar, marcado por tensiones, por ese deseo de un querer saber más allá de ciertos límites y silencios.

Es, a todas luces, un film que nos lleva a conmovernos y hacernos partícipe de una búsqueda no sólo hacia los momentos fundacionales del cine, sino al corazón mismo de los más entrañables afectos, La invención de Hugo Cabret despierta por igual, en diferentes públicos, de diferentes de edades, alegrías y lágrimas. Y aplausos, como los que se pueden escuchar en más de una función.

En su texto "Mis placeres culpables", de 1987, Martin Scorsese nos revela que fue el momento de un film el que lo decidó a ser realizador. En ese momento su vocación oscilaba entre ser sacerdote o ubicarse detrás de la cámara; pero una secuencia del film La caja mágica (The magic box), de John Boulting, de l95l, le disipó la duda. En ella, tras continuas noches de desvelos, un afiebrado Friese Greene logra capturar y reproducir el movimiento. Y entonces "esa escena en la que él, interpretado por Robert Donat, enseña su película al policía, que no es otro que el gran Laurence Olivier, lo dice todo sobre todo el cine. Abre la puerta del mundo mágico del cine. Y te dan ganas ahí mismo de entrar en el juego. Y si tenés, nueve años como yo tenía en ese momento, te arrebata el deseo de ser cineasta", ha dicho.